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Opinión

3 de Mayo de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | “Amor, Mentiras y Sangre”: Heridas autoinflingidas

Cristián Briones ("Fílmico") escribe sobre la nueva película de la directora Rose Glass protagonizada por Kristen Stewart, "Amor, mentiras y sangre". "Más allá de que todas y cada una de las piezas puedan no funcionarle a todos en las butacas, algo queda clarísimo: hay que anotar el nombre de esta fuerza de la naturaleza cinematográfica que estamos viendo desplegarse: pasar del terror religioso en 'Saint Maud' a un Noir nihilista (valga la redundancia) con tan absoluto descaro, pues lo mínimo es tener en cuenta a Rose Glass", escribe el comentarista de cine de The Clinic.

Por Cristián Briones

El film noir no existía mientras se filmaban los film noir. Entre las décadas del 30 al 50, aquellas películas que hoy conocemos como tales, eran denominadas “thrillers policiales” o “dramas criminales”, pero lo que definía al género no estaba. Sería la crítica francesa la que acuñaría el término primero, y luego, uno de aquellos textos que cambian las cosas: “Notas sobre el film noir”, de Paul Schrader, haría imposible para los eruditos de Hollywood negar que el film noir existía. O mejor dicho, había existido.

Quienes ahora creaban esas obras, lo hacían de manera consciente, estudiada, homenajeando, retrucando y exprimiendo. Por ello el noir, al haber sido delimitado, también había mutado. Era un Neo-Noir. Y servía como flamante arma para nuevos enfoques, desde todos los lugares posibles. La depuración estética de Seijun Suzuki, la solitaria elegancia de Jean-Pierre Melville, el existencialismo sci-fi de Ridley Scott, la nostalgia animada de Robert Zemeckis o la tóxica adicción al amor de Rose Glass.

El noir es un estado de ánimo”, clamaba James Ellroy, y la directora de la perturbadora “Saint maud” (2019) lo sabe y lo utiliza a su antojo. “Amor, mentiras y sangre“, y acá pido disculpas porque debo detenerme algunas líneas en lo brillante del nombre en inglés y lo mucho que lamento cuánto se pierde en la traducción: “Love lies bledding” es la flor del amaranto, cuyo significado victoriano es el de “amor desesperado” o derechamente la “desesperanza”. También se puede traducir como “el amor yace desangrándose”, y no puedo creer que ese no fuera el título en español, porque es muy probablemente, la definición más precisa de esta película.

Kristen Stewart es la solitaria y sombría regente de un gimnasio en un pueblo perdido de Nuevo México. Katy O’Brian es la chica que huyó de casa, persiguiendo su sueño de ser una estrella en Las Vegas. 15 minutos de película, y ya las dos están completamente entregadas a un romance que las llevará al despeñadero.

Si ese no es el entramado de un noir clásico, no sé qué lo es, la verdad. Rose Glass, quien firma el guion con Weronika Tofilska, tiene claramente esto en cuenta. Construye un thriller sexy y oscuro. Con personajes dañados y dañinos, retorcidos como solo el noir puede amparar.

Lou (Stewart) no se demora nada en enganchar con esteroides a su interés romántico. Jackie (O’Brian) cede de forma instantánea a la furia física. Ambas cargan pasados que Glass devela con mezquindad, pero la suficiente evocación. Adicciones a la nicotina, los anabólicos, y a la dopamina del romance. No es una de esas historias en que la conexión las hará sanar y seguir adelante en un mundo despiadado, es lo más anti-romántico que puede haber en ese sentido.

La cineasta le roba a los clásicos (“Out of the past”, “The killers”) para luego empujar de su cosecha una narración violenta y agresiva. Tanto visual como temáticamente. El exquisito ambiente domina todo, desde las imágenes, la música, el lenguaje y los personajes secundarios, que también responden a las mismas motivaciones de ese mundo abandonado a sí mismo de finales de los 80.

Beth (Jena Malone) en una relación abusiva, de la que no tiene intención de salir, con J.J. (Dave Franco), punto de reunión de los personajes y brazo derecho de Ed Harris, el patriarca criminal Lou Sr, adicto a las armas, al poder, y a los insectos, en uno de los tantos arranques de horror corporal con el que la realizadora condimenta el ambiente Neo-Noir de la película.

Ya ni siquiera llama la atención que cineastas como Julia Ducournau (“Grave”, “Titane”), Arkasha Stevenson (“First omen”) o la misma Rose Glass puedan ir a lugares particularmente perturbadores en lo visual para atrapar a su audiencia.

Pero es esta misma decisión tonal la que puede alejar a un público masivo. La forma en que expone la violencia (como lo hiciera David Cronenberg en sus películas más “mainstream”), sin renunciar un ápice a la sangre, la carne y los fluidos. Esta es una de esas películas que no tiene la más mínima intención de ser digerible en cierto aspecto visual, lo que no implica que no tenga un nivel de sensualidad en su estética casi hipnótica.

Escenas de sexo, que hoy despiertan resquemores (no sé en que punto llegamos a esto de que la representación del placer y la pulsión sexual en un cine concebido para gente adulta se ha convertido en “innecesario”), momentos de fantasía en dónde los músculos crujen y se agigantan, flashbacks a un pasado rojo sangre, un mundo en dónde no existen realmente la ley más allá que como una amenaza utilitaria.

Glass ni siquiera se plantea la idea de someter a un juicio moral a sus personajes. Los arroja a este mundo devorador y deja que la necesidad de encontrarse entre ellos, lo rompa todo. No hay un final para ese ciclo de adicciones y la solución no es toparse con alguien con las mismas carencias. El único resultado es que el amor termine yaciendo ahí, desangrándose. Un Neo-Noir Anti-Romántico, si es que podemos llegar a permitirnos el reduccionismo. 

Más allá de que todas y cada una de las piezas puedan no funcionarle a todos en las butacas, algo queda clarísimo: hay que anotar el nombre de esta fuerza de la naturaleza cinematográfica que estamos viendo desplegarse: pasar del terror religioso en “Saint maud” a un noir nihilista (valga la redundancia) con tan absoluto descaro, pues lo mínimo es tener en cuenta a Rose Glass.

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