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Opinión

29 de Junio de 2024

Columna de Hugo Herrera: La escuela en descomposición

Foto: AgenciaUno

Hugo Herrera, columnista de The Clinic, hace un análisis de la situación escolar del país y su problemática. "La situación general de la escuela es de acentuado deterioro. La profesión docente se encuentra en el suelo. Es poco valorada. Escasamente escogida. Las cabezas más dotadas del país se van por otros derroteros: las ingenierías, el derecho, la arquitectura, la medicina, o carreras más novedosas y promisorias. No se trata solo de la metalización del mundo. Se trata también de las condiciones bajo las cuales se podrá operar sobre la realidad", escribe.

Por Hugo Herrera

En países donde la educación escolar funciona, los docentes reciben buenos sueldos y cuentan con condiciones adecuadas para preparar e impartir sus clases. Nunca es sencillo educar, pues en la enseñanza se reúnen las expectativas del pueblo y el Estado, lo que se pretende que sea el futuro. Una perfección tal es difícilmente alcanzable. Pero se la logra en grados sustanciales cuando, gracias a condiciones razonables, se incentiva que las mejores cabezas del país consideren seriamente a la educación como opción vocacional. 

La cuestión es decisiva. Los niños y adolescentes quedan expuestos varias horas al día, cinco días a la semana, treinta y tantas semanas al año, por doce, trece o catorce años, a un régimen de normalización, el cual incluye como componente esencial a los docentes. En los grandes números, las diferencias entre cohortes educadas por buenos o malos docentes se vuelven radicales. El mundo de un joven egresado de un sistema educativo avanzado será varias veces más amplio y profundo que el del joven que tuvo en suerte pasar por nuestras escuelas y liceos. 

En los países con sistemas escolares avanzados, además de mejores condiciones de enseñanza y docentes de alta calidad, la comunidad entera está involucrada. Hay una especie de sabiduría, que no se extiende solo a las familias, sino a la sociedad en su conjunto, respecto a la importancia nacional de una educación de excelencia de las nuevas generaciones. No se admite, por ejemplo, que los estudiantes falten a clases y los padres carecen de facultades en este sentido, salvo en casos excepcionales. Así ocurre en Inglaterra, así en Suiza. El ausentismo, pandemia entre nosotros, carece de espacio y la sola presencia de escolares en las calles es razón para pedir una explicación de parte de la policía. 

Suena extremo. Represivo. Tal vez no lo sea tanto, pues lo que se juega también es extremo. La existencia humana misma, depende, en su amplitud o cerrazón, su profundidad o banalidad, en parte decisiva, de la educación. 

En Chile no hemos estado a la vanguardia en estas materias. Sin embargo, hubo épocas en las cuales la educación sí estuvo en la consideración central de la política. La fundación de escuelas por el Estado, congregaciones y colonias, a lo largo del siglo XIX; la instauración de las Escuelas de Normalistas y del Instituto Pedagógico, para la formación de docentes y la ampliación paulatina, a lo largo de los siglos XX y XXI, de la extensión de los años y el tiempo de exposición diario a la educación, configuraron a la escuela en una especie de sistema.

Se avanzaba de a poco. Pero hubo algunos progresos. Un desarrollo, complementario pero radical, fue el combate a la desnutrición, flagelo que afectaba a casi la mitad de los niños del país tan solo algunas décadas atrás y que hoy es prácticamente inexistente y olvidado.

La situación general de la escuela, sin embargo, es de acentuado deterioro. La profesión docente se encuentra en el suelo. Es poco valorada. Escasamente escogida. Las cabezas más dotadas del país se van por otros derroteros: las ingenierías, el derecho, la arquitectura, la medicina, o carreras más novedosas y promisorias. No se trata solo de la metalización del mundo. Se trata también de las condiciones bajo las cuales se podrá operar sobre la realidad.

Hubo un tiempo en que los docentes castigaban a los estudiantes y estaban facultados para golpearlos. Hoy son los estudiantes los que agreden a los docentes. Incluso la agresividad se extiende a las calles con los infames “overoles blancos”. El director del Liceo José Victorino Lastarria fue recientemente rociado con bencina por llamativos energúmenos. ¿Cómo esperar que los jóvenes intelectualmente mejor dotados del país aspiren a trabajar en tal precariedad?

Con un “magisterio” que en general es de mala calidad, golpeado por malas condiciones laborales, expuesto a la agresividad de los alumnos; un “magisterio” cuyos miembros carecen de la autoconfianza necesaria y del respeto tanto de sus estudiantes cuanto de sus apoderados y de la comunidad en general; un “magisterio” además organizado en torno a dirigencias políticas desprestigiadas, lo que se acentuó luego de la pandemia, hay que, la verdad, palpitar de aprecio por los estudiantes, para elegir todavía la carrera docente. 

Los niveles de los alumnos se han deteriorado también, por diferentes factores, entre ellos la composición o descomposición del tejido social desde el que provienen y las condiciones en las que se imparte la enseñanza. Se ha llegado a niveles difíciles de creer. Ya no es que los niños no sepan comprender lo que leen en los cursos requeridos. Es que no saben decodificar las palabras que son puestas delante de sus ojos. 

Nadie puede augurar cómo será el país en treinta años. Pero la pérdida de capacidades de comprensión, el estreñimiento del propio mundo de los estudiantes, la creciente superficialidad en la que se crían y criarán nuestros vástagos, no permiten adelantar buena salida a las labores del presente. Si a eso se unen las necesidades especiales que se añaden con la inclusión masiva de inmigrantes ingresados regular e irregularmente al país en los últimos lustros, algunos de los cuales no manejan el idioma, es difícil abrigar esperanzas en el sistema educacional.

¿Y a quién le importa? Se habla de cualquier cosa en política: primarias, municipales, alianzas de partidos, partidos que nacen y mueren, alcaldes procesados; de todo, menos de la tragedia en la que estamos sumiendo y seguimos iniciando a generaciones enteras. Un rito de paso funesto. Doce, catorce años desperdiciados o dañados incluso, bajo condiciones parecidas a las de un infernal campo de concentración, con encierro, violencia, música estridente en los recreos, sin rincones de ocio tranquilo, retiro y silencio.

En la prueba PISA, apenas el 1 por ciento de nuestros escolares exhibe capacidades altas en matemáticas, comparado con el 9 por ciento de la OECD, el 41 por ciento de Singapur o el 23 por ciento de Japón y Corea. En lenguaje y en ciencias los alumnos de altos rendimientos llegan un poco mejor, aunque apenas al 2 por ciento (promedio OECD, respectivamente, 7 y 7 por ciento).

Los países más avanzados en estos temas forjan masivamente las próximas élites mundiales, en las que no tendremos derecho a existir. Latinoamérica, Chile, por lo menos, seguirá siendo, por la ruta en la que vamos, “un pueblo al sur de Estados Unidos”. Con suerte.

¿Cómo salir del hoyo?

Foto: AgenciaUno

Una condición mínima es transformar la profesión docente. Proveerla de remuneraciones razonablemente competitivas: que ser docente escolar sea pagado como son pagados los egresados de ingeniería, derecho o arquitectura. Al menos. De lo contrario será imposible cumplir eso de que las mejores cabezas se dediquen a una de las labores más relevantes del país. Eso es construir patria en serio, no agitar banderitas.

Se ha de restaurar la disciplina en los establecimientos. Sin silencio y disposición a trabajar, no se conseguirán resultados. Es menester obligar a las familias a comprometerse con las tareas básicas exigibles para que sus hijos se sometan al régimen escolar. Repensar las dinámicas y la convivencia, normalizarla según maneras cuidadosas de trato, que favorezcan el respeto y el reconocimiento mutuo. Eso involucra también las condiciones físicas y ambientales, la vegetación, los espacios, la arquitectura en los establecimientos. Han de ser lugares hermosos, limpios, verdes, que inviten al juego, pero también al silencio y la reflexión. 

Esas exigencias mínimas son lentas de cumplir. Requieren esperar, al menos, que masas de egresados de las escuelas de pedagogía entren al sistema y que los nuevos hábitos y construcciones, las nuevas maneras de convivencia encarnen, se hagan costumbre. Como decía Aristóteles, adquirir costumbres exige tiempo. 

Hay una solución complementaria que podría ayudar a catalizar el proceso: contratar contingentes sustantivos de docentes extranjeros de buenas calificaciones. La idea suena rupturista, pero lo es solo hasta cierto punto.

La escuela chilena fue forjada por extranjeros: monjas, curas, docentes y formadores de docentes alemanes, españoles, italianos, ingleses, franceses, etc. La contratación masiva de extranjeros provenientes de sistemas educacionales bien organizados podría ser un acelerador decisivo en la mejora de la educación chilena. Además de ofrecerles condiciones laborales atractivas a los postulantes, sería necesario que la medida fuese emprendida a gran escala, de modo que su presencia en las escuelas no se viese sobrepasada por el ambiente.

Vivimos una época de crisis de legitimidad de nuestras instituciones. ¿No sería este un primer paso eficaz, en el que no solo los principales sectores políticos, sino también partes eminentes del pueblo podrían converger con facilidad en torno a una de sus instituciones fundamentales, la escuela?

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