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Opinión

8 de Junio de 2024

Columna de Isabel Plant | El caso Miau Astral: el amor en tiempos de love bombing y el ghosting

En su columna de este sábado, Isabel Plant escribe sobre el caso de Miau Austral, la influencer local denunciada por acoso y amenazas por un hombre. "Si el caso fuera al revés en cuanto a género, habría menos memes y más protestas. Es gravísimo lo que dice haber sufrido el protagonista de esta historia y cualquier simplificación de la supuesta acosadora como una 'mina loca', es banalizar la violencia", escribe. Y añade: "Pone en perspectiva las relaciones modernas y también cómo el feminismo a veces entrega herramientas como la responsabilidad afectiva, que terminan siendo mal usadas como armas".

Por Isabel Plant

Por un buen par de décadas el sinónimo de mujer acosadora fue “Atracción Fatal”, la aún estupenda película de 1987. Ahí, Michael Douglas era el hombre casado que tenía una aventura con Glenn Close; ella piensa que es el comienzo de un amor, para él no ha sido más que una noche. Douglas es acosado, perseguido y amenazado junto a su familia. La escena más famosa y referenciada es la del conejo: la mujer del protagonista vuelve a casa y encuentra en la cocina una olla al fuego. La amante se había colado dentro e hizo estofado a la inocente mascota de la hija. 

Ahora la referencia ha sido jubilada en la cultura pop con “Bebé Reno”, la sólida serie de Netflix creada y protagonizada por Richard Gadd, que, entre otros temas, habla de abuso, sobrevivencia y acoso. Ahí la “loca” en cuestión es Martha, una mujer sola, de endeble salud mental, que se obsesiona con el amable barman y comienza a perseguirlo física y digitalmente.

Parte del drama de recibir miles de emails, de ser seguido hasta su propia casa o incluso de llegar a la violencia, es que tanto para sus colegas como para el primer policía que lo recibe, el que sea un hombre la víctima y una mujer la victimaria lo hace menos creíble y más chistoso. Pero no es divertido y la cosa termina en pena de cárcel. 

Así que cuando en nuestro país se dio a conocer el recurso de protección por amenazas y acoso en contra de la astróloga e influencer Consuelo Ulloa, conocida como Miau Astral, fue un festín. Entre mails con diferentes alias (Alfonsina Storni lo comprendo, pero ¿Luis Emilio Recabarren?), mensajes con pornografía y un bombardeo digital, el caso era demasiado insólito para no festinar. El resto ya ha sido material de múltiples reportajes y matinales, incluyendo más denunciantes. 

Yo no soy sicóloga, así que no cometeré la irresponsabilidad de inferir qué sucede en la cabeza de la acusada. Pero sí creo que, cualquiera sea su diagnóstico o excusas, si el caso fuera al revés en cuanto a género, habría menos memes y más protestas. Es gravísimo lo que dice haber sufrido el protagonista de esta historia y cualquier simplificación de la supuesta acosadora como una “mina loca”, es banalizar la violencia. 

Una de las hebras más preocupantes del actuar de Ulloa es justamente su defensa legal. Yo no soy abogada, así que no cometeré la irresponsabilidad de determinar si es una buena o mala defensa, pero tiene que ver con cómo se habla hoy de afectividad, y se escuda en comportamientos que el mismo nuevo feminismo ha incorporado en su acercamiento al amor en la era de Tinder. 

Sabemos que los protagonistas de la historia se conocieron en una aplicación, habrían tenido dos citas presenciales en una semana y luego él no quiso más, ella quiso más, y comenzó el acoso. En la misma defensa de Ulloa, el abogado explica que la víctima le habría hecho promesas de amor en el segundo encuentro, pero “con el correr de los días, él fue desentendiéndose de sus dichos, negando todo lo que había ofrecido, y fue apareciendo intermitentemente en la vida de la recurrida, tratando de generar un tira y afloja entre lo que él realmente deseaba (una relación casual) y lo que ella recibió como ofrecimiento en la última vez que se vieron”. 

Básicamente, la acusación es de love bombing seguido de ghosting

“Bebé Reno”, la exitosa serie de Netflix, sobre una acosadora. Foto: Netflix

Retrocedamos un poco. Parte de la cuarta ola de feminismo fue revisar cómo las mujeres nos relacionamos con parejas, amantes, progenitores y descendencia, la estructura de esos lazos y sus naturalezas o construcciones culturales.

Ahí, deconstruyendo lo que denominado como el “amor romántico”, o el cuento que nos contaron de cómo debía ser el amor para subyugarnos como género (la pareja como único fin y complemento), se comenzó a traspasar un nuevo imperativo: la responsabilidad afectiva.

Habría sido acuñado hace décadas por parejas que exploraban el poliamor. Alude a que debo hacerme cargo de cómo mis acciones y decisiones repercuten en el otro. Una empatía sexoafectiva útil en la era del sexo casual, donde ir con sinceridad sobre qué se espera del encuentro puede evitar dolores de cabeza y corazón, lo mismo que en relaciones estables, o también relaciones abiertas. El ideal es ese, ¿no? Una simetría de expectativas y sentimientos. 

Si tan solo los afectos fueran tan domesticables, claro. ¿Quién no ha entrado a un amorío de piquero, en el mar de oxitocina de la novedad, para después aterrizar forzosamente? ¿Quién no ha estado del otro lado, entusiasmados por el amor fulminante para después sufrir su desaparición? El llamado es, claro, a dañar lo menos posible al otro, siempre. Pero a veces se entra a relaciones con las mejores intenciones, e igualmente alguien termina sufriendo.

La responsabilidad afectiva comenzó a ser usada en funas del MeToo, a veces con razón, otras para “denunciar” infidelidades como si estas fueran delito. Pueden ser una conducta horrible, una traición, pero las infidelidades no son tema de género, son tema de seres humanos siendo falibles. 

Ulloa funó a su víctima en redes cuando este dejó de contestar sus avances. En su defensa legal alude sin explicitarlo al love bombing, o el bombardeo de amor, hoy descrito como una manipulación emocional donde hay exceso de afecto y declaraciones impetuosas. La ironía es que era realmente Ulloa la que love-bombeó, acercándose a la descripción que incluye a esta práctica dentro del círculo del abuso. 

Y en cuanto al ghosting, o “fantasmear” a la contraparte, en este caso específico fue pura sobrevivencia de parte de la víctima.  

Este es un caso extremo y suficientemente atípico para ser nuestro Atracción fatal o Bebé Reno. Pero pone en perspectiva las relaciones modernas y también cómo el feminismo, como todo movimiento político, a veces entrega herramientas como la responsabilidad afectiva, que terminan siendo mal usadas como armas. 

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