Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Reportajes

8 de Junio de 2024

Ricardo Martínez, con cáncer de próstata grado 4, pide la legalización de la eutanasia en Chile: “Uno no puede vivir de esta manera, no es vida”

AgenciaUno

En su última cuenta pública, el presidente Gabriel Boric anunció que le pondrá urgencia a la ley de eutanasia. En Chile, existen miles de personas que enfrentan enfermedades que los hace padecer sufrimientos inaguantables, además de ser terminales o incurables. Es el caso de Ricardo Martínez, quien hace cerca de un año espera su muerte, y vive sus últimos días con la esperanza de que la eutanasia se legalice en el país. “Es un dolor intenso, que está metido adentro en los huesos, se puede decir. Más que nada en las piernas”, describe Ricardo, mientras se soba cada extremidad y llora. “El dolor se porta mal. Siempre me está causando mucha molestia. Yo digo: 'Dios, ¿por qué no me llevas?'”, relata a The Clinic.

Por

Ricardo Martínez (69) yace en el único lugar en el que ha estado durante los últimos cuatro meses: su cama. Una sábana, una manta de polar azul y un cubrecama tapan la mayoría de su cuerpo quieto: solo puede mover sus brazos, cabeza y tronco superior. Mientras está allí, cuenta sobre uno de sus últimos deseos. “Yo me quiero morir, señorita, de verdad. Creo que es la única solución para no molestar a nadie. Y terminar con esto, porque yo no me puedo mover”, implora. “Es algo tremendo que la eutanasia no exista. Debiese existir. Porque uno no puede vivir de esta manera, porque esto no es vida. Ni para uno ni para la familia”. 

Ricardo ha estado cerca de un año aguardando su muerte. Una espera que, con la urgencia que puso el presidente Gabriel Boric al proyecto de ley de muerte digna y cuidados paliativos, podría acortarse. Inspirado por el caso de Susana Moreira, una mujer con distrofia muscular de cintura escapulohumeral que le solicitó la eutanasia. Una iniciativa que también está a la espera en el Senado, después de votarse en la Cámara de Diputados en el 2021. 

La enfermedad de Ricardo comenzó a finales de noviembre del año pasado, con un dolor de vejiga al que no le hizo caso, relata. Pero un día fue al baño y se dio cuenta de que el agua del inodoro estaba roja. Había orinado sangre. Así, fue al hospital de Angol y los médicos le dieron un diagnóstico que más bien era una sentencia de muerte: cáncer a la próstata grado 4. En momento, Ricardo ya pensaba en la eutanasia. 

“Yo pensé: ‘me tengo que morir. Esto no es para mí, no es para mi vida’. Pero igual pensé que de un momento a otro me podía recuperar”, recuerda.

A pesar de que el cáncer ya se había ramificado en la columna y las costillas, los médicos lo operaron. Desde ahí, Ricardo salió del hospital y pensó que las cosas mejorarían: ya no tenía dolor y podía hacer su vida de forma normal. Sin embargo, al pasar un mes de aquella mejora, el 31 de diciembre de 2023, despertó con la pierna derecha entumecida. Sentía que su extremidad no tenía fuerzas, y una presión dolorosa no permitía que la levantara. A los dos días y con una hospitalización entremedio, ya no podía mover ninguna de las dos piernas. “Recibí el año nuevo en cama”, dice.

Así comenzó un calvario que duró tres meses, tiempo que Ricardo vivió en soledad. Según cuenta, el hospital que lo atendió en un principio dejó de hacerlo y no lo visitó más en su hogar. Fue tan así, que una de sus hermanas, Gladys Martínez (69), llamó desde Santiago al Canal de Noticias Malleco para que fueran a ayudarlo. “Mi hermano está solo, abandonado. Tiene una escara en el talón, llena de sangre, apunto de reventarse. Me siento impotente acá de no poder ayudarlo a él”, dice Gladys en el registro.

Esos meses, recuerda Ricardo, un vecino le iba a dejar comida y lo alimentaba la mayoría de los días. Sin embargo, algunas veces le cobraba por ir a verlo. Sus hermanas, cuando podían, también lo visitaban. Durante esos meses, las visitas esporádicas y horarios de comida eran los únicos momentos donde tenía compañía. “Mis hermanas también tienen sus problemas, tienen sus cosas. Era poquito lo que me podían ayudar”, dice. 

Cuando llegó abril y la situación no mejoraba, su hermana Gladys tomó una decisión: iba a llevárselo para Santiago. Así, coordinó con uno de sus hermanos, y él viajó en auto con Ricardo los 571 kilómetros que distancian a Angol de la capital. Allí, Ricardo estuvo siete horas sentado, mientras aguantaba el dolor. “Como yo tenía tantas ganas de llegar acá, traté de hacer lo menos problema posible. No quería quejarme, no quería que se dieran cuenta”, dice.

AgenciaUno

Una vez que llegó a Santiago, quedó hospitalizado en la Posta Central y la Clínica Ensenada debido a unos coágulos que le encontraron en sus pulmones. Allí le trataron el dolor y quedó por unas semanas. Pero luego lo llevaron al departamento de Gladys, a pesar de que la mujer les pedía a los médicos que no lo llevaran devuelta. “Yo no tengo cómo cuidarlo, bañarlo. Tengo unos fierros en la pierna porque me atropellaron. No puedo moverlo”, explica Gladys. Sin embargo, tuvieron que ir a dejarlo de cualquier manera. Esos primeros días, en el departamento de su hermana, Ricardo durmió en el sillón. Ahora, el hombre se encuentra en una cama que Gladys consiguió de un vecino.

Y así, mientras está acostado y arregla las mantas que le cubren su cuerpo y su bolsa recolectora de orina, espera los cuidados paliativos que llegan una vez al mes. Allí, cuando el equipo lo visita, le recetan una tira infinita de medicamentos. Todos para aliviar su dolor: dos comprimidos de paracetamol, 20 gotas de tramadol, 1 parche de buprenorfina, un comprimido y medio de pregabalina, uno de sertralina, otro de zoplicona y otro de furosemida. Sin embargo, ninguno de ellos dura por mucho tiempo: el dolor reaparece y hay ocasiones, en las que no lo suelta durante horas. 

“Es un dolor intenso, que está metido adentro en los huesos, se puede decir. Más que nada en las piernas”, describe Ricardo, mientras se soba cada extremidad y llora. “El dolor se porta mal. Siempre me está causando mucha molestia. Yo digo: ‘Dios, ¿por qué no me llevas?’”. 

El inicio de una vida

Era 22 de noviembre de 1955 cuando Ricardo Martínez nació. Su padre, según sus palabras, era un hombre “mañoso y correctísimo”. “No me daba permiso para nada, yo le decía: ‘papá, déjame salir’. Y él me decía que esto, que lo otro, que tenía que estar en la casa. No me dejaba salir”, cuenta. Su padre era quien llevaba el mando de la casa, mientras que su madre era “calladita y muy reservada”. 

Sin embargo, vivió en una casa que estaba lejos de ser así. Con once hermanos, ocho de ellas mujeres y cinco de ellos hombres, en su hogar había espacio para todos, pero no para el silencio. “Jugábamos a la pelota. Él toda la vida manejó. Entonces, él nos llevaba a todas partes”, recuerda Gladys. 

Vivió allí, entre el ruido y la compañía de sus hermanos, hasta que cumplió 18 años. Desde temprana edad, siempre supo que tenía que trabajar. Ni siquiera ahora, donde lo único que quiere es la eutanasia, se da tiempo de pensar en lo que podría venir después de la muerte. “Como no quiero vivir más, no quiero que haya más vida tampoco. No quiero que siga la vida, porque he sufrido mucho”, dice Ricardo.

Una vez que cumplió la mayoría de edad, a principios de 1970, su padre lo echó de la casa y le dijo: ‘tienes que arreglártelas solo’. “Él se las arregló solo cuando era chico. Entonces, había que seguir los pasos de él”, cuenta Ricardo. Así, se fue rumbo a Santiago, donde su hermano lo estaba esperando. 

Allí conoció a Estela, una mujer que se dedicaba a la contabilidad y lo contrató de junior para que realizara sus trámites. Caminaba por varios puntos de la ciudad cobrando cheques de parte de sus clientes, y como pago, recibía cinco mil escudos. “Pero eso era porque ella me pagaba todo, me alimentaba, me compraba ropa, todo”, recuerda Ricardo. Incluso, cuenta que la mujer le pagó un curso de contabilidad. 

Sin embargo, un par de años después, Estela lo echó de la casa: Ricardo se metió entremedio de la relación que el hijo de ella tenía con una joven. Así, el hombre quedó sin casa y tuvo que encontrar un nuevo trabajo. Desde allí, estuvo trabajando en una funeraria y arrendó una pieza en una casa donde la dueña se llamaba Isabel.

Gracias a esta ella, conoció a su primera y única esposa: Julia. Cada vez que iba a visitar a Isabel al hospital donde trabajaba, Ricardo la veía pasar. Empezaron a salir, pero los padres de ella le prohibían estar juntos si no había nada formalizado. A los tres meses le pidió matrimonio. “Nos casamos de golpe y porrazo (…) Fuimos al registro civil, pedimos hora, y nos casamos el 22 de octubre de 1985”, rememora Ricardo.

Con ella tuvo dos hijas. Sin embargo, no estuvo con ellas en gran parte de sus vidas: cuando el hombre cumplió cerca de cuatro años de casado, conoció a otra mujer y se fue a Angol. Ahora, en su cama, Ricardo recuerda: “Yo la embarré. Cuando ellas necesitaban más de mí, yo me fui de la casa con otra señora. Y no me importó, no pensé en ellas. Pensé en mí, nomás”, explica el hombre. De hecho, dice que esa es la razón por la que ninguna lo ha visitado desde que enfermó. 

Archivo The Clinic

Eutanasia y un dolor difícil de soportar

“Yo escuché gritos desde las 8. Nunca pensé que eran gritos de ayuda. Está afirmado de la baranda”, decían algunos de los WhatsApps que le llegaron a Gladys hace unas semanas atrás. Mientras ella estaba en la calle haciendo unos trámites, los mismos autores de sus mensajes la llamaron: le dijeron que Ricardo estaba tratando de tirarse por la ventana del departamento.

Cuando llegó después de correr lo más rápido que pudo y lo que sus piernas le permitían, se encontró con la imagen que sus vecinos describieron: Ricardo estaba sujeto de la baranda de la ventana, con la parte superior del cuerpo afuera. Mientras la gente gritaba mirando la escena, el hombre chillaba de dolor. “¡Ayuda!”, gritaba. “¡Me quiero morir!”.

Mientras Gladys no estaba, Ricardo sintió como sus piernas se tensaban y la presión que siempre percibe se hacía más fuerte. El dolor, que en ese momento no estaba pudiendo ser controlado por los medicamentos recetados, se le hizo insoportable. “Me fui a tirar y quedé enganchado. Las piernas no me daban”, recuerda. Justo en ese momento, además, los vecinos del edificio alcanzaron a abrir la puerta del departamento y apartaron a el hombre de la ventana.

Si el proyecto de ley muerte digna y cuidados paliativos estuviera aprobada en Chile, Ricardo sería uno de los candidatos para la aplicación de la eutanasia. Esto, debido a que la ley plantea los siguientes requisitos: el paciente debe estar diagnosticado con una enfermedad terminal o tener una dolencia seria e incurable, su situación médica debe tener una disminución avanzada e irreversible de sus capacidades, y le debe ocasionar sufrimientos físicos persistentes e intolerables.

Sin embargo, para el académico del Departamento de Bioética y Humanidades Médicas de la Facultad de Medicina, Armando Ortiz, Chile aún no está preparado para tener una conversación seria sobre la eutanasia. Para empezar, afirma, no se sabe con exactitud en qué condiciones mueren los chilenos. Esto, dice, sería crucial para el debate.

“Por ejemplo, nosotros los médicos, sabemos que una gran parte de la población se muere en los hospitales. Y eso quiere decir que se muere en ciertas condiciones: algunos estudios exploratorios dicen que muchos pacientes mueren solos, en condiciones que no se podrían considerar dignas, abandonados“, ejemplifica Ortiz. Así, si se consideran la manera en la que los chilenos mueren, esto podría dar luces sobre cómo ellos toman las decisiones a la hora de decidir sobre la eutanasia. Es decir, qué factores juegan en la decisión.

Para él, el manejo de la enfermedad y el dolor a través de los cuidados paliativos es crucial. “El cuidado paliativo es un área de la medicina que se desarrolla y se pone a punto para atender fundamentalmente las enfermedades crónicas. Particularmente, se focaliza en las enfermedades que tienen un pronóstico de muerte próxima. El cuidado paliativo tiene como objetivo fundamental mejorar la calidad de vida, aliviar los síntomas, promover el confort y el cuidado”, explica Ortiz. “En el debate, algunos sostienen que el cuidado paliativo es una alternativa a la eutanasia. Si existieran buenos cuidados paliativos, las peticiones de eutanasia serían muy pocas. Aunque ese argumento es discutible”.

Este, precisamente, es uno de los problemas que enfrenta Ricardo, pues su cuidado paliativo llega una vez al mes y no alcanza a aliviar su dolor. Así, la posibilidad de una eutanasia ha sido su idea. Una de sus principales razones por las que considera esta opción es porque ya no puede caminar. “Yo era muy independiente antes. Tenía un auto y lo manejaba a todos lados. Veía a mis hermanas, las iba a saludar, me ponía a jugar a las cartas con ellas (…) Y de un momento a otro, no tengo auto, no tengo nada ahora”, concluye Ricardo.

Notas relacionadas

Deja tu comentario