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Opinión

22 de Junio de 2024

Columna de Álvaro Ramis | El debate previsional: peleándonos por el 3%

Foto: AgenciaUno

Álvaro Ramis, columnista de The Clinic, escribe dentro del marco de la reforma previsional acerca del concepto de solidaridad y lo fundamental que es dentro de la discusión. "La solidaridad debería ser el criterio de una reforma verdadera, que no se quede en un 3% de corresponsabilidad entre quienes habitamos en este país. Pero, por lo visto, ni para ese 3% nos alcanza, con el corazón estrecho que predomina en esta ruda sociedad", escribe Ramis. Y añade: "También es un criterio financiero más inteligente y productivo, por más que este enfoque sea visto como una forma de transigir al utilitarismo más ramplón y chato que domina en la actualidad".

Por Álvaro Ramis

La triste evolución del debate previsional tiene al país centrado en disputar cuántos puntos de solidaridad debería contemplar la reforma de pensiones. A estas alturas, mucha gente está tan agotada de esperar una mejora en su jubilación actual o en la que prontamente deberá empezar a recibir, que le da lo mismo el porcentaje si se le garantiza un incremento real y concreto. Es lógico y entendible. 

Pero eso no exculpa la necesidad de dar un debate de fondo, por lo que expresa un asunto de estas características. Que sea necesario definirse entre solidaridad e insolidaridad muestra los tiempos ruines que corren. Por supuesto, creo que la solidaridad debería ser el criterio de una reforma verdadera, que no se quede en un 3% de corresponsabilidad entre quienes habitamos en este país. Pero por lo visto, ni para ese 3% nos alcanza, con el corazón estrecho que predomina en esta ruda sociedad. 

Por eso siempre es bueno argumentar de nuevo, y de nuevas maneras, que la solidaridad no solo constituye un valor moral más elevado que el egoísmo. También es un criterio financiero más inteligente y productivo, por más que este enfoque sea visto como una forma de transigir al utilitarismo más ramplón y chato que domina en la actualidad.

Se podría argumentar que la solidaridad es un valor hermoso, altruista y admirable, pero nadie puede estar obligado a ser solidario por las exigencias coactivas de la ley. En parte es verdad. Se requiere del consentimiento social para la institucionalización de mecanismos de redistribución que cuenten con la legitimidad para permanecer en el tiempo. Pero la solidaridad es un acto de reciprocidad que hay que analizar en su conjunto, incorporando en su contabilidad todos los beneficios y costos que conlleva. 

El mismo Adam Smith, que no se suele asociar con la racionalidad solidaria, analizó esta variable en su “Teoría de los sentimientos morales” (1759). En esa obra no usa la palabra solidaridad porque es un concepto que se masificará en el siglo XIX. Pero utiliza la expresión “Simpatía social“. Cuando somos testigos del sufrimiento de otras personas, dice Smith, experimentamos un sentimiento de compasión y un deseo natural de aliviar su dolor. Esta capacidad de ponerse en el lugar del otro y sentir su angustia es lo que nos impulsa a actuar de manera solidaria.

Ministra del Trabajo, Jeannette Jara, en la comisión del Trabajo del Senado donde se discute la reforma previsional. Foto: AgenciaUno.

A la vez, Smith también reconoce que la simpatía social no es incondicional. Introduce por eso el concepto del “espectador imparcial“, una perspectiva moral objetiva que nos permite evaluar las situaciones de manera justa y equilibrada. Este espectador imparcial modula nuestra simpatía y nos ayuda a determinar cuándo es apropiado y razonable actuar de forma solidaria.

De esa forma para Smith la solidaridad es una virtud social. No solo es un sentimiento individual, sino el deber de contribuir al bienestar y la cohesión de la sociedad. Al actuar de manera solidaria, fomentamos la armonía y la cooperación entre los individuos, lo que a su vez fortalece los lazos sociales y promueve el progreso colectivo.

De esa forma Smith anticipa a Kant en advertir que la responsabilidad por el destino ajeno es la mejor manera de resguardar los intereses individuales. Recordemos la famosa expresión kantiana de “La Paz Perpetua”, que afirma que “El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, con tal de que tengan entendimiento”.

Al parecer nuestra sociedad esta infestada de demonios que no entienden la dimensión auto interesada de la reciprocidad social. El mismo Adam Smith lo decía de otra forma cuando señalaba que no es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que podemos disfrutar de nuestra cena, sino por su propio interés. Si nos entregan un buen producto es por su propio beneficio. 

La dimensión auto interesada en la discusión de los porcentajes de solidaridad no se ha visto reflejada en el debate. ¿Cuánto cuesta tener una sociedad más estable y cohesionada, donde viejas y viejos no se mueran de hambre ni sean un costo insoportable para el desarrollo de sus hijos? Si el precio es un 3, un 6 o incluso un 10% bien valdría la pena el esfuerzo en un cálculo de utilidad general de la vida en sociedad. Hacer el análisis de costo-oportunidad individual debería asumir esas variables tan lógicas, porque tarde o temprano nadie podrá estar fuera de esta ecuación. 

Recordemos que el Gobierno comenzó proponiendo un seguro social del 6%. En ese momento a la oposición le parecía bien destinar un 3% a ese seguro y un 3% a capitalización individual. No se entiende que ahora se argumente que todo punto incremental en la cotización previsional sea individual, cuando en el resto de los países del mundo, el 83% tiene sistemas previsionales mixtos. Chile es una excepción porque no reconoce que un sistema de pensiones no es una política eminentemente social. 

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