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Opinión

22 de Junio de 2024

Columna de Roberto Merino: Espejo lluvioso

Foto: AgenciaUno

Roberto Merino escribe sobre la lluvia y su poder como un "espejo del tiempo", dice. "Por medio del cual estamos en varios estratos a la vez, allá y acá, ahora y entonces. Y por lo mismo tiene que ver con el sueño y con los sueños. El mismo Borges incluyó en un libro antológico un poema de un monje medieval irlandés: le agradecía a la lluvia y a la tormenta el hecho de dormir tranquilo una noche, ya que sabía que con tales inclemencias no llegarían los bárbaros", apunta en su columna de hoy.

Por Roberto Merino

A los dieciséis años viví un breve episodio que condicionó para siempre mi entusiasmo por la lluvia. Espiritualmente encumbrado por un enamoramiento incipiente, le confié a la niña que estaba junto a mí en uno de los parapetos del Mapocho, frente a Bellas Artes, que me emocionaban las nubes nimbus en el horizonte, los faroles en la neblina y la lluvia, especialmente cuando estaba vinculada a fogonazos, truenos y vientos huracanados.

También le dije que me gustaba, en el paradojal semisueño profundo que se obtiene en las noches al escuchar el ruido del agua cayendo en los techos y en los patios, sobresaltarme de vez en cuando con el estruendo de las latas que el viento alzaba y luego azotaba contra el pavimento.

Ella, que tenía unas trenzas hippies con lanas de colores y una tristeza vagamente infantil, me miró fríamente y me dio una respuesta inesperada: me recordó a los damnificados de cada invierno. O sea, enfatizó que no era humano ni decente anteponer a la conciencia social los placeres del privilegio. Es decir, que en la lluvia que estaba a punto de largarse no había nada que celebrar.

Efectivamente ese invierno se dieron desbordamientos de canales, taponeo de ductos, anegamiento de casas. Se habló como siempre de la imprevisión de los chilenos. En la televisión se organizaron, para los afectados, recolecciones de alimentos no perecibles, ropa de cama, útiles de aseo. 

Foto: AgenciaUno

Veo hoy los pocos registros televisivos de esas circunstancias y me doy cuenta de que el tiempo otorga una estética, una prestancia aún a los más desfavorecidos por la matraca de la fortuna. Las fachas, las modas que en su momento nos parecieron lamentables, se transforman milagrosamente al paso de dos o tres décadas. Se ven en su secreta dignidad. Los pantalones patas de elefante, por ejemplo, que fueron tan ramplones y equívocos con sus pretinas estrechas, a veces con el broche desplazado a la izquierda, hoy los consideramos vaporosos, casi aéreos, como alas o como velas. 

Este fenómeno radica totalmente en la mollera. Por un motivo inextricable el presente se nos antoja intolerable, ininteresante, profundamente fome, y hacemos cosas por modificar un poco su catadura llenando el vacío cotidiano con actividades que siempre implican un entusiasmo forzoso. 

El pasado, al contrario, cuando despierta en la memoria, se nos muestra como algo bello, cerrado, coherente. Las calles en blanco y negro se ven armónicas en sus perspectivas arboladas y las casas que las flanquean parecen ocultar una protectora intimidad de media luz, estufas, voces bajas y café. Uno visualiza, por ejemplo, una calle nocturna de 1978, en blanco y negro por supuesto pero también medio amarillenta por el alumbrado y el follaje otoñal, con rieles de tranvías incrustados en los adoquines, y quisiera alcanzar el punto de fuga de su perspectiva brumosa, como si allá al fondo se hubiera extraviado una ruta posible de su destino.

“Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado”, escribió Borges en un poema. Tiene toda la razón, la lluvia es una especie de espejo del tiempo, por medio del cual estamos en varios estratos a la vez, allá y acá, ahora y entonces. Y por lo mismo tiene que ver con el sueño y con los sueños. El mismo Borges incluyó en un libro antológico un poema de un monje medieval irlandés: le agradecía a la lluvia y a la tormenta el hecho de dormir tranquilo una noche, ya que sabía que con tales inclemencias no llegarían los bárbaros. 

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