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Entrevistas

22 de Junio de 2024

Gabriel Urzúa después de su fama televisiva: “Lo único que me digo a mí mismo es: ‘No pises el palito de creer que tú tienes un lugar acá’”

Fotos: Felipe Figueroa

El actor que dio vida al popular Robin Valdivia de la teleserie “Generación 98” (Mega) cuenta cómo ha ido lidiando con la fama creciente y sus efectos personales. Reconoce que el mundo teatral es un poco endogámico, precisamente por el modelo de vida que el oficio propone. Y, aunque dice tratar la exposición de la vida privada con prudencia, aclara que no le importa: “Nunca me he sentido afectado porque se sepa o no se sepa”. Urzúa volverá a trabajar en un proyecto televisivo en agosto. Mientras, se reparte entre ensayos para montajes teatrales. El próximo será un musical: “La gran noche del rock”, el sábado 29 de junio, junto a compañeros de telenovelas en el Nescafé de las Artes.

Por Jimena Villegas

Es martes. Llueve en Santiago, hace frío en Santiago, hay tacos automovilísticos en Santiago y Gabriel Arturo Ricardo Urzúa Parodi -actor, 37 años, oriundo de Valdivia- corre. Anda con el tiempo justo. Mira el reloj, consulta la agenda en el teléfono móvil, chequea datos con su productora. Antes de llegar a esta entrevista había tenido un largo ensayo. Después de esta entrevista tenía otro ensayo. Mientras robaba algo de tiempo para hacer las fotos que ilustran esta entrevista estaba en medio de un ensayo. Cada uno de esos ensayos era para una pieza teatral distinta. El comentario -buscando el vaso medio lleno- es “al menos por ahora no está en televisión”. La respuesta es “no, porque ahí ya sería un caos mundial”.

El actor Gabriel Urzúa ha vivido un 2024 intenso. Hasta el 22 de abril interpretó a Robin Valdivia, el amigo gay que -decían las redes sociales- todos querían tener y la gran sorpresa de audiencia en la telenovela nocturna “Generación 98”, escrita por un equipo liderado por Pablo Illanes para Mega. Cerrado ese capítulo, se concentró en una serie de proyectos teatrales y musicales, el mundo donde él -confiesa- tiene profesionalmente su ancla, un espacio y el corazón.

Uno de esos proyectos lo tiene preparando con su propia compañía, Bonobo, una nueva pieza que se estrenará en enero de 2025 y en coproducción con Santiago a Mil y el Centro Gabriela Mistral (GAM). Luego, junto a Lobo Producciones, participa en la comedia “Generación 98. La prueba final”, una especie de spin off de la teleserie, que ha estado rotando por teatros y casinos del país. En ese elenco comparte, entre otros, con su actual pareja, María Gracia Omegna, y con su gran amigo de la vida, Gabriel Cañas. 

Detrás de ese libreto está Los Contadores Auditores, un colectivo recurrente en las actividades teatrales de Gabriel Urzúa. Este mismo fin de semana tiene agendada función en Punta Arenas: “Ha sido muy bonito, porque se nota mucho en las regiones la brecha entre la televisión y la realidad. La gente agradece mucho nuestra presencia. Después de cada función compartimos un poco”, explica el actor.

Junto a la productora Cultura Capital, que también es usual en su vida, prepara una versión de “El hombre elefante”, escrita por el fallecido dramaturgo norteamericano Bernard Pomerance. Urzúa cuenta que lleva más de diez años queriendo hacerla, que la conoció durante un viaje a Londres, que es “una obra que es fascinante”. Por fin debutará el jueves 1 de agosto, a las 20:00 horas, en el Nescafé de las Artes. Él será el protagonista. 

En esa misma sala, el sábado 29 de junio, formará parte del show que convocó esta entrevista: “La gran noche del rock”. Se trata de un concierto de homenaje a grandes artistas de los años 70 con función única, aunque -afirma Gabriel Urzúa- “siempre se abre la posibilidad de que esto pueda volver a ocurrir”. Detrás está, de nuevo, Cultura Capital. El actor dice: “Nos damos este gusto, y espero que se traspase a la gente que nos va a ir a ver, de tocar canciones icónicas y de las bandas más representativas de esa década”. 

—¿Y tiene algún plan en televisión para los próximos meses?

—Tengo un plan, pero no puedo contar nada. Solo que empiezan las grabaciones en agosto.

***

Desarrollar homenajes musicales es parte del quehacer habitual de Gabriel Urzúa. Gracias a estos tributos, ya se ha metido en la piel de John Lennon y de David Bowie, y ha sido integrante de una boyband, para la pieza “Tell me why”. En “La gran noche del rock” se oirá casi esencialmente música británica: Led Zeppelin, Pink Floyd, The Cure, The Rolling Stones, The Beatles, Deep Purple, The Who, Eric Clapton, Joe Cocker, aunque también Janis Joplin, Jimi Hendrix y The Doors. Para “El hombre elefante”, basada en una historia real que fue llevada al cine en 1980 por David Lynch, se usará el sonido de Pink Floyd.

Junto a Gabriel Urzúa, y en algo que es habitual en las propuestas de Cultura Capital, figuran otros actores conocidos por las audiencias debido a las teleseries. El elenco de “La gran noche del rock” suma a Gabriel Cañas, Josefina Fiebelkorn, Francisca Walker, Vivianne Dietz, Matías Oviedo, Montserrat Ballarín y José Antonio Raffo. La gran virtud de todos ellos es que son buenos cantantes. Los acompaña una banda en vivo que es -para Urzúa- uno de los atractivos. 

Se da, explica el actor, una sinergia “siempre desafiante y muy rica” en la mezcla de músicos que trabajan para teatro con teatristas que trabajan para la música. Y es un show que permite apreciar cómo “los actores y actrices de este espectáculo tienen otro tipo de trabajo, otro tipo de rigor”. Desde su perspectiva, es un desafío: “Las personas que están ahí lo hacen de una manera increíble, y ver ese ejercicio tiene el plus de ver algo que es muy genuino”. La invitación -añade- es que el público descubra “esta otra faceta que no es lo de la tele”.

—Usted parece estar un poco sobrevendido. ¿O quizá es sólo que está en un buen momento? 

—Yo creo que es un buen momento-slash, muchas cosas que hacer. Se remonta a un tiempo ya largo. El teatro me ha abierto los brazos. Vivo tratando más bien de tener tiempo libre que buscando trabajo. En ese sentido, me siento súper privilegiado. 

—Porque la carrera de actor es difícil. 

—La verdad es que sí. Y por eso lo digo con humildad, porque sé que no es lo normal. Y lo digo también con gratitud. 

—¿A qué lo atribuye? 

—Creo que se remonta a mis tiempos de escuela. Fuimos formados en grupo, en sacar el provecho de hacer las cosas en grupo. Entonces, prácticamente en cada uno de los trabajos en los que estoy está también alguno de mis compañeros. Creo que es entender que el trabajo se hace con sacrificio, con rigor y en grupo.

—¿Eso no es tan habitual? ¿O sí?

—No, y cada vez es menos habitual. He tenido la posibilidad de hacer clases y, en la docencia lo que más intento traspasar a los jóvenes es que tomen a sus compañeros y se crean el cuento y crean que su obra es importante. Y que se tienen que juntar y que abandonar un día de ensayo implica que hay que reponerlo. 

—Y que hay que retroalimentarse y que eso no es hacerse la competencia.

—Exacto. Es muy bonito porque, cuando uno trabaja en grupo, uno tiene un lugar. Y ese lugar empieza a ser como en una orquesta. Si yo me dedicara a tocar un viento, no tengo nada que pedirle a la percusión ni a las cuerdas. Entonces, el grupo me va formando. 

—Es una manera bien holística de verlo. Y va a contrapelo en estos tiempos de “con mi plata no”.

—Es que los principios del teatro radican en esa rebelión o revolución. El teatro es revolucionario en tanto que se hace en grupo para otro grupo de personas. Montar una obra, aunque sea un monólogo, también necesita del diseño, de la dirección. 

—¿Y usted sabía eso cuando entró a estudiar teatro? 

—¡No, nada! Lo descubrí en la escuela. Antes de entrar en el teatro no sabía nada y todavía -cómo decirlo- me conduce mi ignorancia, porque me gusta mucho aprender. Y así como en la escuela fui un ignorante total de por ejemplo este arte, ahora no me siento tan ignorante. Pero el aprender me llama y me da hambre. 

—Y en teatro, ¿qué quisiera aprender?

—Hay una cosa universal en las cosas comunes. La posibilidad de trabajar en una compañía como Bonobo me da la posibilidad de trabajar en un teatro chileno. Ese teatro chileno parte de una idea de un grupo y no responde a ciertos cánones. Esta idea original de este grupo ha ido rozando una cosa universal. Como que haya la posibilidad de trabajar en otras partes del mundo y que allá nuestras obras se entiendan. O que otra gente del mundo quiera apoyarnos y hacer nuestras cosas.

Eso nos ha mostrado que ese puede ser un lugar hacia donde ir. Volver al teatro chileno y que ese teatro le muestre al mundo cómo es la vida. Igual que en ese dicho “háblame de tu pueblo y me hablaras del mundo”.

—Cuando se le habla al mundo, siempre hay algo que pertenece al pueblo desde donde se viene. ¿Qué tiene una compañía chilena como Bonobo que decirle al mundo? 

—A mí me parece que hemos crecido en muchas contradicciones y que esas contradicciones se pueden tomar con humor. Creo que mirar la propia miseria con humor es una misión de Bonobo. Es un teatro político, pero es político en el momento en que encontramos al enemigo en nosotros mismos, adentro de nosotros. Creo que eso es lo que tiene Bonobo para mostrarle al mundo.

***
Gabriel Urzúa entró a estudiar en la Universidad de Chile el año 2005. Enumera, por lo mismo, entre sus influencias a agrupaciones locales de este siglo, como el grupo artístico Teatro La María, nacido justo el año 2000 y del que forman parte Alexandra Von Hummel, Alexis Moreno y Tamara Acosta. Cita al influyente Teatro de Chile, que en 2002 debutó con “Prat”, una obra que miraba al héroe de Iquique como un adolescente vulnerable y dudoso de convertirse en héroe. Escrita por Manuela Infante, quien codirigió con María José Parga, provocó duras críticas del sector político y uniformado de la época.

Hoy, Gabriel Urzúa es él mismo un actor reconocido y que gana premios, como el Caleuche 2024 por su rol en “Generación 98”. Enumera entre sus primeras teleseries como espectador a “Tic Tac”, que veía al llegar del colegio. Cuenta que en esa época participaba en talleres de teatro escolar y que creía verse en un espacio humanista: “Me gustaban la historia, el lenguaje y sentía que tenía herramientas”, afirma. 

Puesto que al comienzo se dedicó esencialmente al teatro, sólo toco la puerta a los roles televisivos cuando supo que iba a ser padre: debutó en un secundario, como panadero, en “Amor a la Catalán” (2019) de Canal 13. En 2012, cuando tenía 25 años, fundó con sus compañeros Bonobo, que partió con “Amansadura” y que logró con “Donde viven los bárbaros”, de 2015, el Premio Literario de la Municipalidad de Santiago. Con esa obra viajaron al Festival de Cádiz, representando a Chile. 

Mucho antes, a los 18, se había topado en la universidad con Gabriel Cañas. Un almanaque de la facultad los presenta en el elenco de “Comala” (2008), basada en “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo. Gabriel Urzúa cuenta: “Me encontré con un grupo de personas muy desprejuiciadas. Éramos 28, con 14 mujeres y 14 hombres. La mitad venía de región. Yo nací en Valdivia, pero viví en Calama y también en San Felipe. Entonces, había hartas cosas que hacían que se armara una onda que todavía tenemos y que ahora trasciende a través de los hijos”.

—Usted y sus compañeros representan una renovación generacional. ¿Lo ve así? 

—Sí. Me siento parte de una generación, con toda la responsabilidad que significa.

—¿Y qué significa?

—Una vez más, creo que es estar dentro de un grupo para decirle a un grupo más amplio hacia dónde o cómo mirar la cultura o cuáles son las responsabilidades de la cultura y del teatro en particular. Yo no lo descubro todavía, porque parece que estoy recién abandonando la cosa novel para entrar en esta generación. 

—Usted tiene una hija. ¿Le recomendaría estudiar teatro?

—No, no.

—¿En serio?

—O sea, ojalá que ella haga lo que quiera y ojalá hacer con ella lo que mis papás hicieron conmigo, que apoyaron lo que quería hacer. Pero, así como decirle “oye, estudia teatro”, no. 

—Su personaje Robin Valdivia es homosexual. ¿Cómo lo construyó? 

—Con referentes. Porque, vaya a saber la gente, en este universo endogámico hay mucho homosexual. O sea, el chancho está tirado. Es agarrar amigos en distintos lugares, también tengo familiares. Y creo que también a través del humor. Quería dar un pasito, salir de este resquemor que hay por todo y con nada de humor. Pero creo que el personaje homosexual de “La ley de Baltazar” era más marcador, porque su historia se trataba de ser la pareja de alguien que no lo quería reconocer. Aquí, yo tenía a un amigo divertido, tirador para arriba, honesto, deslenguado. El argumento pedía que él fuera cola

—Habiendo interpretado a estos dos tipos de homosexuales hoy, ¿cuánto ha cambiado la aproximación de la televisión, desde uno como Ariel de “Machos”, en 2003?

—Es un tema que ha ido avanzando harto. Lo único que encuentro peligroso, cuando uno habla de la disidencia en una cosa masiva, es que empiece a perder filo por ponerlo en un mismo lugar una y otra vez. O sea, “no puedo salir del clóset” o “no le puedo decir a mi familia que soy”, cuando yo miro la vida y digo: esto pasó hace como 20 años. Los niños hoy le dicen a su papá a los 10 años “me quiero cambiar de género”. Entonces, a veces siento que va como en vanguardia y a veces siento que está un poco retrocedido.

—Además, la polémica en este momento es por tratamientos hormonales en niños que se quieren cambiar de sexo muy chicos.

—Yo pondría eso en una teleserie si quisiéramos hablar de problema de género. 

—El Robin lo hizo muy conocido y eso le da la posibilidad de tener voz. ¿Puede o debe ir un actor más allá en el uso de su voz?

—Creo que no. Es a través de mi trabajo que puedo seguir hablando lo que tengo que hablar, decir, opinar, tener mi punto de vista. Pero, fuera de eso, hay algo que intuitivamente me dice “no”. Si me piden apoyar una campaña, me cuesta, aunque lo encuentre lo más bueno del mundo. Si es una cuestión económica, pongo mi aporte. Creo que al ir más allá hay algo que se desdibuja. 

—¿Estaba en su lógica entrar en el circuito de las teleseries?

—Quizá sí. En el fondo, mi referente de actuación no estaba en el teatro, porque no tenía tanta posibilidad de verlo. Yo venía de afuera y allá no llegaba mucho teatro, como sí llegaban las teleseries de (Vicente) Sabatini, que eran como unas obras de teatro televisadas.

—“Pampa ilusión”, por ejemplo.

—¡Claro! Y “Romané”. Creo que por ahí estaba mi media. Seguro, creo yo, que hay harta responsabilidad en eso. Además, esos actores después se vuelven compañeros de trabajo. O sea, ahora estoy con la Amparo Noguera o la Cata Saavedra o el Tito Noguera. No sé, es increíble.

—Hay algunos actores que no valoran demasiado formar parte del género de las telenovelas, porque es menor. ¿Usted es de esos?

—No. Cuando estudié en la Universidad de Chile, que era una escuela que tiene un color bastante marcado, hacer teatro comercial era algo un poco mal mirado todavía. Pero una profesora, la Annie Murath, que era la directora, estaba haciendo “Piaf” con Francisco Olavarría en Cultura Capital. Fue ella la que nos llamó al Gabo (Cañas) y a mí. Estar actuando en un mall era raro. Pero fue muy bonito cuando, en ese proyecto, entendí que, si yo estaba ahí, ese era mi lugar. Ahí estaba mi nombre y mi cara, y no podía decir: “oye, es que no pertenezco, es que yo hago otra cosa”.

Entonces, ¿cómo no voy a decir que soy de la tele, si llevo cuatro años trabajando ahí? Es como la cuestión del placer culpable. No, uno es lo que hace, y también es dónde está o con quién está, y me da lo mismo. Ahora, sí me gustaría tener claridad. La tele da una estabilidad que es un poco falsa, porque se acaba, y eso no tiene nada que ver contigo. O sea, nada me asegura, nunca he tenido un contrato indefinido, ni nunca nadie me ha contratado.

—Lo fichan por trabajo.

—Claro. Entonces esto se puede acabar. Y lo único que me digo a mí mismo es “no pises el palito de creer que tú tienes un lugar acá”, algo que sí me da el teatro. Porque también -y perdona lo largo y a propósito de la fama- la de la tele es una fama. Pero también creo que tengo una fama en el teatro y una fama en el cine. Quizás no es un reconocimiento masivo, como sí da la televisión por un corto rato. Porque te digo que, se acaba la teleserie, y me pongo los lentes y me corto el pelo y se acabó. No sé si mucha gente conoce mi nombre, pero creo que en el teatro sí. 

—Entonces, hacerse famoso gracias al Robin no le ha cambiado la vida.

—No, no, no, no. Es un momento que trato de ver con gratitud, con felicidad. Porque me dio renta y me ha dado cosas lindas, pero ya se acabó. Me subo al metro y no pasa nada. Esa es la verdad. 

***

Aunque tenga claro que la fama debida al medio masivo es efímera, Gabriel Urzúa confiesa que, en su momento, tuvo que aprender a manejarla. Las personas se le acercaban en la calle, y a veces sin mucho tino: “Piensa en ti. Haces tu trabajo y nadie te anda pidiendo fotos ni saludos, aunque lo hagas excelente. Pero en nuestro caso, aunque sea medianamente bien, en algún momento empieza a ser un poco mucho y en distintos momentos. Cuando uno está tomando desayuno, cuando uno come, cuando estoy con mi hija, cuando estoy con el súper. Pero (suspira) es un momento corto”.

—Da la impresión de que en el mundo de los actores se viven las relaciones muy de cara a la audiencia. ¿Cómo lo siente usted?

—Trato de vivirlo con cuidado, pero estoy seguro de que cualquier persona que esté enamorada o que esté en una relación puede exponerla en una red social. Creo que no lo hago nunca y que no hay que hacer nada para que todo el mundo se entere. Pero me da lo mismo, no me importa nada. Nunca me he sentido afectado porque se sepa o no se sepa o porque no sé qué.

Sí es cierto que uno vive como en esta cosa medio de circo. Uno, en teatro, hace una familia que está ahí y es inmersivo. No hay que olvidarse de que fuimos criados en un arte donde, si está de cumpleaños tu mamá el domingo y tienes función, tienes que ir a la función. Y la función es con esas personas, que son después tus pololas, tus parejas o la madre de tus hijos. Y luego es como la vida no más. O sea, yo veo a mis hermanas. Ninguna es actriz y es igual. Se casa, se separa, tiene otro pololo. Mi hermana sube miles de fotos más de su pololo nuevo que yo.

—Pero puede ser que el mundo de su hermana sea menos endogámico. Al final ustedes, como están todo el día juntos, terminan a lo Hollywood.

—Claro, ¡qué ordinario! Pero sí. Yo creo que es así, endogámico. O sea, probablemente al Gabo Cañas lo veo mucho más que a mi mamá.

—¿Cómo maneja usted su ego?

—Yo lo manejo con algo que me dijo un amigo hermoso que tengo, Antonio Campos, que también es de mi grupo de curso. Él me enseñó que uno puede tener una balanza entre el ego y la autoestima. Si uno puede tener su autoestima arriba, el ego baja. Y cuando la autoestima está muy baja, es probable que el ego esté muy arriba. Entonces, yo trato de tener la autoestima alta.

—¿Quién es Gabriel Cañas para usted?

—Gabito Cañas es mi compañero, mi aliado, mi referente. También es mi maestro en muchas cosas. Hay algo medio raro cuando uno habla de los amores. Yo no sé si, a esta altura, estoy tan de acuerdo con que sí o sí el amor tiene que tener un grado de admiración. Pero a mí eso me pasa con él: lo admiro simplemente y lo amo por eso. Y el amor se transforma en preocupación, en contención, en cariño, en juego, en diversión. 

—Existe un dicho de la generación anterior a la suya: los Danieles, por Alcaíno y Muñoz. ¿Ustedes son los Gabrieles?

—Mira, me resuena también con los Nicos, porque en el teatro están Nico Pávez y Nico Zárate, que son compañeros en la escuela de la Chile y son grandes, grandes, grandes actores, que hacen cinco obras por año. Y los Gabrieles es como un refugio, una cosa linda. Es divertido ver gente fuera de nuestro círculo que lo diga, y si es comparable con los Danieles simplemente me da demasiada gratitud y también un poco de vergüenza. 

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