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22 de Junio de 2024

Ghosting vs responsabilidad afectiva: relaciones en tiempos de la era digital, entre el miedo a afrontar al otro hasta lo que provoca ser ignorado

Ilustración: The Clinic

¿Se puede hacer ghosting y ser responsable afectivamente? A primera vista, parece que no. Pero según los expertos, depende del vínculo que se tenga con el otro: "La responsabilidad afectiva puede ser malentendida en momentos que el vínculo no se establece, sino que lo que hay es un interés. Tengo un interés en conocerte, relacionarme contigo, pero eso no es un vínculo. Eso es distinto", dice Densky Retamal, psicóloga del centro médico CETEP. Aquí, los testimonios de personas que vivieron el ghosting, en el que una lo vivió y la otra lo realizó. En ellos, la falta de comunicación y el miedo al conflicto fueron claves.

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Esperar el llamado de la persona con quien saliste a una cita y el teléfono no suene nunca. Enviarle un whatsApp a un amigo y que no responda en días. Decirle a alguien que se junten y que la otra persona nunca pueda o responsa con monosílabos. Todos esos escenarios tienen el mismo final: te están haciendo ghosting.  

Un término anglosajón que partió en los 2000, con la era digital, se ha hecho masivo y del que la RAE dio su definición: “Desaparecer, esfumarse (sin dejar rastro, sin previo aviso)”. Para algunos, se trata de una falta de madurez emocional o a esa sensación de obligatoriedad para con otra persona —(el llamado apego evitativo), debido a un cambio de interés, aburrimiento o decepción que, unido a una falta de empatía, hace que la persona desaparezca sin dejar rastro.

Para quien es objeto de ghosting, implica un rechazo y un mar de dudas sobre lo que ha pasado. Los especialistas indican que el cerebro necesita comprender el por qué de las cosas y más cuando nos hacen daño. Y que es la única forma que tiene de protegernos y que no suframos a futuro. Con el ghosting, no hay certezas, solo dudas que terminan insegurizando a quien lo recibe.

Pero hay otro concepto que se ha masificado en los últimos años: con el ghosting también se ha empezado a hablar de la responsabilidad afectiva. Este último término, según Densky Retamal, psicóloga y terapeuta de parejas del centro médico CETEP, también es relativamente nuevo y lo explica como “hacerse cargo de mis conductas y de lo que yo provoco en el otro en una relación afectiva”.

¿Cómo me hago cargo de los sentimientos del otro si desaparezco? ¿Le debo explicaciones a una persona si no mantengo una relación que no formal? De acuerdo con los expertos, todo depende de cómo sea el vínculo que tengas con el otro.

Para la psicóloga Denksy Retamal, desaparecer sin ninguna explicación no significa automáticamente una falta de responsabilidad afectiva. Por ejemplo, en el caso de una persona que no llamó a la otra después de una primera cita. Para ello, primero, debe existir un vínculo afectivo con la persona.  

“Creo que este término (la responsabilidad afectiva) puede ser malentendido en momentos que el vínculo no se establece, sino que lo que hay es un interés. Eso es muy distinto al vínculo. Tengo un interés en conocerte, relacionarme contigo, pero eso no es un vínculo. Eso es distinto. Vincularse es estar en un espacio de confianza, conocer el mundo interno del otro”, indica la psicóloga.    

A Nataly Pérez (34) le ocurrió eso: tuvo una relación con Ricardo, que en su mayoría era sexual y de amistad. Se conocieron gracias a la mentira blanca de una amiga de Nataly, quien le dijo que la acompañara a una fiesta en la playa. Cuando llegaron las dos, la joven se dio cuenta que sólo había dos hombres en la arena. Y uno de ellos era el andante de su amiga. “Era un dos pa’ dos y no me habían avisado. Dije: “¿Y la fiesta?” Y me respondieron: “Nosotros somos la fiesta”, recuerda Nataly.  

Si bien en un principio no le pareció atractivo ni le llamó la atención, se dio cuenta al conversar que compartían el mismo humor. “Como que eso me gustó. Me cayó súper bien. Era bueno pa’ la talla, hacía los mismos chistes que yo”, recuerda Nataly. Esa fue la primera chispa. Y la segunda se dio cuando, entre el alcohol y el baile, se acercaron y besaron.  

Esa misma noche intercambiaron números, y lo que siguió fueron conversaciones de todos los días. Así, de manera tácita, se empezaron a reunir todos los jueves. Se volvió una rutina: Ricardo la iba a buscar durante la mañana, pasaban a comprar comida y carreteaban juntos. A veces, también, invitaban a más amigos al lugar y agrandaban la fiesta.   

Pasaron cuatro meses de esa rutina, hasta que llegó un jueves en el que Ricardo no apareció ni le dijo que iba a cancelar. En ese momento, Nataly no quiso decirle nada. “No me dijo: ‘oye, no nos vamos a poder ver los jueves, no me interesa. No éramos pareja formal ni nada, pero teníamos una rutina en la que él, de pronto, se ausentó. Caché con un amigo que seguía tan vivo como siempre y nada que lo imposibilitaba a escribirme”, cuenta Nataly.

Bajo la visión de la psicóloga Densky Retamal, es difícil actuar con responsabilidad afectiva si es que la pareja no aclara cuáles son sus intenciones en la relación. Y más cuando ninguno de los dos formaliza. “Ha quedado como bien en lo antiguo el concepto de la relación. Porque ese concepto lo relacionan con el que estoy en una pareja, a punto de casarme, en un pololeo largo. Y por eso ahora hablamos de responsabilidad afectiva, de ghosting, pero no de la relación”, dice.  

¿Ghosting? La clave es comunicarse 

Para Densky Retamal, hay muchas razones por las que la gente evita el formalizar y hablar sobre sus intenciones. Por ejemplo, que, al comunicarse, la persona se muestre vulnerable. “Mostrarse vulnerable significa bajar todas las barreras, todos los mecanismos de defensa que han protegido a la persona por mucho tiempo. Puede ser por inseguridades que tienen que ver con la autoestima o por confusión de que no tiene claro el proyecto de vida que quiere con la otra persona”, ejemplifica.  

Además, enfatiza en que la mayoría de los chilenos no saben cómo identificar sus emociones, y mucho menos gestionarlas y comunicarlas. “Por ejemplo, ahí suelen aparecer calificativos como ser intensa”, indica.  

Cuando Ricardo le hizo ghosting a Nataly, esto fue precisamente lo que la joven pensó. Se encontró con un dilema, pues no sabía si debía exigirle explicaciones o simplemente quedarse callada. “Quedé extrañada, pero me dije que para qué iba a ser tan intensa de decir: ‘Oye, tenemos que vernos’. No era un juramento tampoco”, explica. 

De hecho, y con el tiempo, la joven se dio cuenta de que Ricardo sí le había empezado a gustar. Pero debido a que la relación se inclinaba más a pasarla bien que a lo emocional, guardó sus sentimientos. “Cambiarle el aire a la relación y dar yo el primer paso, me tincaba ene que no iba a ser mutuo”, cuenta Nataly.  

Para Jonathan Martínez Líbano, psicólogo del Centro de Terapia de Pareja e Individual (CTPI), las personas usualmente no buscan formalizar por un miedo al rechazo o a la falta de asertividad, por tener pocas habilidades comunicativas como sociedad.  

“Nos falta más educación emocional, ese es el problema. En nuestros colegios se prefiere la repetición, el aprendizaje conductual como lo más importante. Nos falta entender más que las emociones son parte de nuestra vida. Es un gran problema que tenemos”, indica Martínez Líbano.   

La psicóloga Densky Retamal hace hincapié en la era digital en la que estamos viviendo como un impedimento para comunicarnos mejor. “Hoy día, por ejemplo, es mucho más fácil dejar el visto en Instagram que decir: ‘Oye, no podemos seguir hablando’. Hoy día la redes te permiten eso. Y permiten comunicarte de otra manera, con una foto o con un like, entonces eso no fomenta la comunicación asertiva. El uso del vocabulario, del leguaje”, indica.  

Cuando esfumarse es hacer daño

Marlene Tobar (32) sufrió de ghosting cuando llevaba cinco años de pololeo. Según recuerda Marlene, la primera alerta ocurrió tres meses antes de Navidad, cuando su pareja se fue de Santiago y se llevó todo los enseres del emprendimiento de sushi que tenían juntos. Como ninguno vivía con el otro aún, Marlene no se dio cuenta. “De repente, él se fue a vivir con la mamá a la sexta región y a trabajar desde allá. Él ni siquiera me avisó, lo hizo recién cuando estaba allá. Le pregunté que por qué no me dijo nada (…) Desde ahí empezó como una distancia. Nos veíamos muy poquito, porque él venía una o dos semanas al mes”, recuerda la joven.

Hasta que llegó Navidad. Ese día, Marlene y su hijo esperaron que Diego llegara a su casa para irse a las afueras de Santiago, y así celebrar la festividad con la familia de ella. A las seis de la tarde, el hombre le dijo a la joven que estaba pidiendo un Uber para llegar a su casa. Pero nunca llegó. Marlene empezó a llamarlo y a enviarle mensajes, pero sus intentos por contactarlo iban directo al buzón de voz de él y los textos eran recibidos, pero no vistos. Después de dos horas y media, la joven tuvo respuesta.

“Me dijo que, al final, no iba a venir porque se iba a quedar con la mamá que había venido a Santiago”, recuerda Marlene. “Me había dicho que estaba tomando el Uber y toda la cosa, y al final nunca pasó. En realidad, nunca estuvo tomando nada. Él sabía de antes que no iba a venir. Pero el tema es que por qué no me dijo antes que no iba a hacerlo”.

De acuerdo con la psicóloga experta en terapia de pareja, Carolina Ulloa (@terapiafamiliaryparejas), la responsabilidad afectiva es todo lo contrario a lo que estaba haciendo la pareja de Marlene. “Es el cuidado de los sentimientos que se pueden generar en el otro a raíz de los actos, dichos que yo hago en cualquier tipo de vínculo. Un comportamiento errático, que no haya una explicación o un diálogo que de cuenta de cómo me estoy sintiendo pueden repercutir en el otro (…) Puede mellar tu autoestima, que no eres suficiente para la otra persona: ‘probablemente no le gusto a esta persona’, ‘hice algo inadecuado y la ahuyenté'”, indica la psicóloga.

Además, explica que este tipo de comportamientos pueden crear ansiedad, como estar hiperalerta a que el celular suene con la respuesta del otro. “Esa incertidumbre puede ser muy ansiógena, incluso angustiante para algunas personas”.

La desaparición de Diego se definió dos días después de Navidad. Él y Marlene quedaron de ir al cine, y cuando ella le habló para coordinar la salida, se encontró con el silencio. Le empezó a dejar los mensajes en visto. Las llamadas las cortaba o simplemente llegaban al buzón de voz. Desde ahí, él nunca más le habló. “La pasé mal. En ese tiempo estaba súper inestable emocionalmente: mi mamá había sido operada de cáncer un mes antes, había fallecido una tía que era como mi abuela y estaba empezando tratamiento psicológico (…) Tuve un bajón depresivo súper fuerte“, recuerda Marlene.

Incluso, el hijo de ella fue afectado por el ghosting de él, pues ellos mantenían una relación de padre e hijo aunque no estuvieran relacionados biológicamente. Semanas después de la separación, el niño lo llamó para preguntarle cómo estaba. Marlene, desde la cocina, escuchó la conversación: “Le dijo: ‘no puedo hablar ahora, porque estoy trabajando’. Y después lo bloqueó (…) Fue otro momento de abandono. Desde ahí, mi hijo decía que no tenía papá”, cuenta Marlene.

Para alivianar el impacto emocional de este tipo de situaciones, la psicóloga Ulloa recomienda que la persona no debe culparse a sí misma. “No es que tú hayas hecho algo mal. Se lo pudieron haber dicho a ti, a Andrea o Angélica. Es la persona de afuera la que tiene un problema en su vínculo, tiene poco cuidado. La otra persona hizo algo que es dañino y que me afectó, pero eso no habla de mí o de mi valor como persona”.

¿Por qué es tan común ver a personas actuar sin responsabilidad afectiva, a pesar de que cada vez hablemos más de ella? De acuerdo con Ulloa, es la falta de habilidades de las personas para cuidar y empatizar con el otro. “El mundo es más individualista, de gratificaciones inmediatas. Entonces, la responsabilidad afecta requiere pensar cómo se va a sentir el otro. El día que yo frene mis impulsos y diga: ‘no, no voy a decir esto’, ‘sí voy a decir esto’ o ‘le voy a explicar a la persona porque hice a, b o c’. Entonces, eso significa tiempo, más pena, más pega por así decirlo“, explica Ulloa.

Hasta el día de hoy, Marlene nunca ha vuelto a hablar con Diego. El último contacto que trató de hacer fue dos meses después de Navidad, cuando se dio cuenta que él había cambiado su estatus de relación en Facebook. Al verlo, ella decidió dejarle un último mensaje: “Le dije que cómo no había dado la cara de decirme qué estaba pasando, que le podía perdonar que fuera penca conmigo pero no con mi hijo, y que esperaba que si él rehacía su vida con otra persona, ojalá fuera con una que no tuviera hijos porque no sabía el daño que iba a hacer”, rememora Marlene. La respuesta de él fue levemente distinta esta vez: además de no contestarle, la bloqueó.

Después, lo único que Marlene supo -por parte de amigos en común-, fue que él se rapó la cabeza, viajó y empezó a tomar terapia. La última noticia le llegó hace dos meses: él empezó una relación con otra mujer, quien además, tenía una hija. “Hace como dos o tres semanas, me topé con él. Yo lo vi a él, pero no me vio (…) Fue súper raro, pero por un lado fue bueno para mí, porque no me pasó nada. Pensaba que me iba a sentir mal, pero la verdad es que no”, confiesa Marlene.

Desaparecer ante el miedo al conflicto 

Para el psicólogo Martínez Líbano, pueden existir variadas razones por las que ciertas personas tiendan a hacer ghosting, especialmente el miedo al conflicto o la falta de interés. “Es natural el miedo al conflicto, pero es sano cerrar los ciclos. Hay que entender que si no quiero, está todo bien”, dice.

Valeria Spencer (31) fue alguien que hizo ghosting. Salió en tres citas con un chico que conoció por Facebook y la relación se extendió por unas seis semanas, pero desde el principio supo que no le gustaba. De inmediato no le atrajo físicamente. Y, después, se dio cuenta de que él estaba actuando de manera muy apresurada y posesiva.  

Uno de los episodios que definió que la joven hiciera ghosting fue cuando él decidió ir a buscarla a la universidad. Le trajo un chocolate, y apenas la vio, le tomó la mano. “Altiro me dijo ‘mi amor’, ‘mi niña’. Y luego pasó un tipo, y me dijo: ‘no quiero que nadie te mire, tú estás conmigo’. Y yo pensé como ‘ay, no’. No le dije nada en ese momento, como que me reí nomás”, recuerda Valeria.   

Después de eso, cuando llegó a su casa, decidió no verlo más. Las veces en que él le hablaba por chat, no le respondía en dos días. Para evitarlo, la joven le contestaba con excusas. “Le decía que tenía mucho estudio, que hoy día estaba ocupada, que justo no tenía el celular”, cuenta la joven.   

Una estrategia para que, finalmente, él captara la indirecta: no estaba interesada. Sin embargo, unas dos semanas después la situación llegó a su punto cúlmine, y el joven le pidió una explicación de por qué ya no le contestaba. Y Valeria, por su miedo, le dio como respuesta su silencio. No le dijo nada. “No estoy orgullosa de lo que hice, pero es que no quería enfrentarlo. Es un defecto que he estado trabajando, honestamente. Yo tengo un apego evitativo. Como que tiendo a escapar, prefiero desaparecer”, explica Valeria.  

Para la psicóloga Densky Retamal, la razón por las que las personas no expliquen por qué quieren terminar la relación también tiene que ver con la incapacidad que existe sobre cómo verbalizar las emociones. “Tengo pacientes que son muy tímidos o tienen miedo al conflicto y no saben cómo enfrentar una conversación incómoda o difícil, por lo que tienden a evitar o retraerse”.  

¿Existe una manera correcta de terminar? ¿Es posible cortar una relación diciendo la verdad y no dañar al otro? De acuerdo con Densky Retamal, el límite está cuando podemos hacer sufrir a la persona, y es preferible orientar la respuesta hacia uno mismo.Siempre es mejor decir que no prefieres seguir conociendo al otro, que no estás en un momento en el que quieras avanzar. Pero también es difícil decir algo así, aunque es la manera más honesta de salir de una parte”, concluye Retamal.  

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