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22 de Junio de 2024

Ser infeliz en el trabajo: cómo las expectativas de los chilenos van de “querer cambiar el mundo” a conformarse con “no pasarlo mal”

Ilustración: Camila Cruz

Un 37% de chilenos dicen estar estresados con su trabajo, según la encuesta de la consultora Gallup. La cifra más reveladora es que solo el 29% se siente comprometido con su trabajo. Ignacio Fernández, creador de metodologías de liderazgo, equipos y bienestar en organizaciones en LEAD Institute, plantea: “La gente de 20 años tiene altos niveles de felicidad en el trabajo, porque tienen expectativas no probadas. Entran, se frustran porque no las ven cumplidas, y la curva empieza a bajar. A los 35-40 años se alcanzan los peores niveles de felicidad en el trabajo". Bárbara Cisterna, directora comercial y de outsourcing en Randstaad, dice que el problema es cuando todo este malestar empieza a colapsar a la gente en la oficina, generando un mal clima laboral. “Es un problema que en Chile está fuera de control”, asegura. 

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Un trabajo no puede prometer la felicidad. La felicidad es un juicio personal. Hay personas que dicen que trabajan para pagar las cuentas. Otras están convencidas de que su trabajo va a cambiar el mundo. Si esas y muchas otras expectativas no se cumplen, la persona podría decir que se siente derechamente infeliz con su presente. 

Hace casi una década, una encuesta sobre felicidad realizada por Laborum declaraba que el 64% de los chilenos se sentía infeliz en el trabajo. Hoy, la última encuesta Workmonitor de la empresa Randstad (2024) arroja que el 51% de los chilenos dejaría un trabajo si le impidiese disfrutar de la vida. Las cosas han cambiado, según los estudios, y las personas están valorando más el equilibrio entre el trabajo y la vida personal.

No afecta mucho si la empresa hace yoga o pausa activa todos los almuerzos. O si una vez a la semana hay desayuno compartido del área y un happy hour. No. La infelicidad en el trabajo depende de una verdad más profunda. Se trata de las “necesidades psicológicas básicas” que Wenceslao Unanue, Doctor en Psicología Económica de la Universidad de Sussex y profesor de la Escuela de Negocios UAI, se ha dedicado a investigar para desarrollar políticas sobre felicidad y bienestar.

“Primero está la necesidad de autonomía. Luego, la necesidad de competencia o ‘logro’ y, finalmente, la necesidad de crear vínculos o ‘relaciones’. Hay que pensar que igual como las plantas necesitan nutrientes y minerales para subsistir, los seres humanos tienen estas necesidades básicas. Vendrían a ser como el agua a las plantas para que florezcan”, continúa. 

Las cosas que pasan en el trabajo, que realmente afectan el interior —donde están las necesidades psicológicas básicas—, son la razón de la infelicidad. Le pasó a Benjamín Fernández (32), cuando entró a trabajar como ingeniero comercial a una reconocida multinacional de telecomunicaciones en Santiago en 2019. Venía la revolución del 5G ese año, parecía que el desafío le iba a entregar conocimientos vanguardistas respecto al resto de sus compañeros de universidad. Parecía que iba a poder hacer un cambio real.

Le pidieron que desarrollara un software para automatizar los cálculos entre miles de datos numéricos que, hasta ese momento, permanecían en un Excel eterno. Eso permitiría definir qué personas se beneficiarían más con la nueva fibra óptica y a qué costo. “Parecía un sueño tecnológico”, recuerda.

“Pero pronto me encontré solucionando problemas de sistematización de la empresa. Con gente que no me entregaba los informes a tiempo. Yéndome a las 10 de la noche todos los días, durante dos semanas seguidas. No tenía tiempo para hacer lo que me habían pedido, pero eso no fue lo peor. Lo más angustiante fue sentir que no importaba lo que hiciera, las cosas nunca iban a estar bien”, relata Fernández. 

No valorado e infeliz en el trabajo

El no sentir que el trabajo es valorado puede constituir una de las primeras fuentes de estrés y falta de compromiso por parte de un trabajador. Sobre el estrés, un 37% de chilenos reportan sentirlo diariamente, según la encuesta de la consultora Gallup. Lidera Bolivia con 55%, luego República Dominicana y Ecuador. Abajo de Chile solo está Jamaica y Paraguay.  La cifra más reveladora es que solo el 29% de los chilenos se siente comprometido con su trabajo. Igual, en la lista está arriba de Uruguay, Argentina y Bolivia (18%).

“El no sentirse valorado trae consecuencias que se están reflejando en el estado emocional de los chilenos”, dice Unanue, quien además colaboró junto al Gobierno de Bután — catalogado como el país más feliz del mundo, según los resultados de su encuesta nacional de felicidad— y la ONU para estudiar el desarrollo basado en felicidad y bienestar. “Nuestros datos muestran que hoy, cerca del 50% de los trabajadores se declaran infelices con sus lugares de trabajo”, dice. 

Ahora, estos datos se basan en experiencias concretas y de la vida cotidiana. Sin embargo, la real infelicidad nace al entrar en el mundo de los sueños y las expectativas. En esa órbita impalpable, también se encuentra el balde de recompensas que dan las necesidades psicológicas básicas: autonomía, competencia y vínculos. Afuera quedarían las recompensas más concretas, como por ejemplo, el sueldo.

¿Un buen sueldo te hace menos infeliz?

Si el dinero es la fuente de recompensa mundial por trabajar, quien siente que no le están pagando lo suficiente probablemente nunca se sienta completamente recompensado. En Chile, el 94% de las y los trabajadores consideran que el salario es una prioridad a la hora de aceptar un trabajo, según el Workmonitor 2024 de Randstad. Tanto así, que está casi al mismo nivel que la conciliación entre la vida laboral y familiar (93%). Además, más de la mitad de los chilenos (57%) no aceptarían un trabajo si éste no le ofrece un sueldo más alto.

Benjamín Fernández cuenta que además de la decepción por no hacer la tarea para la que lo habían contratado, el dinero que recibía lo hizo enojar más. Sentía que las cosas que él estaba haciendo fuera de su contrato no coincidían con el sueldo que estaba recibiendo. “Nadie me pagó por quedarme hasta tarde porque otros no me entregaban los informes o tener que resolver problemas que venían arrastrándose desde hace mucho tiempo en la empresa”, dice. 

La falta de compensación monetaria solo sumó más frustración en el caso de Benjamín Fernández, pero de haber sido distinto, según los especialistas, tampoco se hubiese resuelto su problema inicial: que no estaba haciendo el proyecto tecnológico que lo entusiasmó en un principio, de que iba a cambiar el mundo. 

“El trabajo tiene niveles mínimos entre los que está el dinero para la supervivencia”, explica Ignacio Fernández, que fue Director del Departamento de Psicología Organizacional de la UAI durante 14 años. “Tiene niveles medios que se tratan de contribuir a desplegar las capacidades y hacer una carrera. Y luego tiene niveles máximos, donde el trabajo le da a la gente busca trabajar por un propósito trascendente y una causa justa e inspiradora”.

Para probar que sueldo no iguala a felicidad, Wenceslao Unanue relata que mientras analizaba los datos de felicidad e infelicidad en sus estudios, también leía al Premio Nobel de Economía Daniel Kanemann. “Él comprobó que si uno le da más dinero a alguien, incluso si está en una situación de pobreza —no puede suplir las cosas básicas como la comida o un techo donde vivir—, éste no lo hará más feliz. Solo lo hará menos miserable, que es una gran diferencia”, cuenta. 

Puede parecer un cliché, quizás. Pero existe otra teoría global que podría probar que son las necesidades básicas psicológicas las que determinan el bienestar. 

Conformarse con poco

Se puede imaginar la felicidad y la infelicidad en el trabajo en la trayectoria de la vida como una gran U. La teoría la explica Ignacio Fernández, que hoy es creador de metodologías de liderazgo, equipos y bienestar en organizaciones en LEAD Institute. “Hay que imaginarse que en el eje vertical están los años y en el eje horizontal está el nivel de felicidad”, dice. 

“La gente de 20 años tiene altos niveles de felicidad en el trabajo, porque tienen expectativas no probadas. Entran, se frustran porque no las ven cumplidas, y la curva empieza a bajar. A los 35-40 años se alcanzan los peores niveles de felicidad en el trabajo. Luego, los trabajadores empiezan a no esperar grandes cosas de las empresas. Se conforman con los detalles. Por lo tanto, a los 55-60 años, la curva de felicidad vuelve a subir”, explica el especialista.

En ese conformismo, ¿bastaría con adaptarse a un rango de horario laboral legal igual al de los compañeros, un lugar donde sentarse y no ver la integridad pasada a llevar? “Depende del rango etario”, explica Fernández. 

“En la gente sobre 45, con una mentalidad más jerárquica, la expectativa de la vida es tener un trabajo donde no lo pase especialmente mal. Se espera menos de las organizaciones y las empresas, las condiciones mínimas en realidad. No tienen la fantasía de una jefatura increíble. Si las expectativas van a la baja, la percepción de felicidad va al alza”, continúa. 

La nueva ola de expectativas en los jóvenes

Para los millennials y los centennials, los requisitos para el conformismo en un trabajo también existen, pero son distintos. Según el Workmonitor 2024, el 53% se conforma con permanecer en un puesto que le guste, aunque no hayan posibilidades de desarrollarse. Un 39% no desea derechamente progresar en su carrera. Para el 62%, su vida personal es más importante que su vida laboral. 

“La gente prefiere conformarse con pequeñas cosas a no ser feliz”, explica Bárbara Cisterna, directora comercial y de outsourcing en Randstad. “Si ellos tienen flexibilidad -los jóvenes- y van a trabajar dos días desde la casa y tres desde la oficina, no consideran tan fundamental que los valores de la compañía vayan o no en línea con los propios”, dice. 

No los valores, pero sí la valoración, estarían afectando la felicidad de los trabajadores entre 25 y 30 años hoy. “Más del 50% de los chicos que sienten que están recibiendo un trato que no es adecuado o acoso, dejan el trabajo. Los adultos toleran mucho más este tipo de situaciones. También el sueldo. Si sienten que no le están pagando lo suficiente, lo traducen en que no se está valorando su trabajo, independiente de cómo se encuentre el mercado”, describe Bárbara Cisterna. 

El teléfono rojo en el trabajo

La felicidad ante todo. La manera en que las empresas están midiendo estos “nuevos” perfiles de cómo los trabajadores se relacionan con su bienestar emocional es a través de encuestas de clima interno que, según Cisterna, “lamentablemente no generan confianza en los trabajadores”. Por esa razón, la gente no acusa, no cuenta a sus jefaturas, no demuestra que es infeliz. Lo habla. Y lo habla con sus pares. 

Según Bárbara Cisterna, el problema es cuando todo este malestar empieza a colapsar a la gente en la oficina, generando un mal clima laboral. “Es un problema que en Chile está fuera de control”, asegura. 

No todas las compañías tienen recursos humanos, pero según Cisterna, “el hablar de tú a tú sobre un problema se define como una especie de ‘teléfono rojo’. La gente hoy acusa más el tema de la discriminación por edad, por falta de oportunidades, porque está agotada física y mentalmente. Pero eso hace que también los demás se contaminen de mal clima”. 

El 43% de los chilenos dice que no aceptaría un trabajo si la organización no hiciera un esfuerzo pro-activo para mejorar su diversidad y equidad, dos características que participan directamente del clima laboral, por su influencia en el respeto y relación entre las personas.

Cuando se da el sufrimiento de manera colectiva y reiterada, el agotamiento, el estrés o el burn-out puede ser mayor. El libro Dying for a Paycheck” o “Muriendo por el Salario”, escrito por Jeffrey Pfeffer —profesor emérito de la Escuela de Negocios de la Universidad de Stanford—, prueba que en Estados Unidos hay gente que se está enfermando -o incluso muriendo- por la infelicidad en el trabajo. El 61% de los trabajadores dijo que el estrés lo había enfermado y al 7%, lo hospitalizaron. Según el libro, el estrés laboral cuesta más de 300.000 millones de dólares al año y puede provocar un exceso de 120.000 muertes cada año.

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