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Entrevistas

23 de Junio de 2024

Patricio Contreras, actor: “Chile está lleno de un rencor legítimo de la gente postergada”

Se define como “un actor argentino nacido en Chile”, aunque porteño ante todo. El protagonista de la película "La Frontera", hoy de 76 años, concede esta entrevista en su departamento en el barrio Recoleta de Buenos Aires, donde está radicado hace casi medio siglo. Desde ahí analiza el movedizo escenario político del país que lo adoptó y el respaldo del electorado más joven hacia Javier Milei, a quien llama “cerdito furioso”. Mira también con distancia al gobierno de Boric: “Ha habido más soberbia que experiencia”, opina. Contreras se prepara para volver a las tablas y filmará nuevamente una nueva película en Chile, en enero próximo. Tiene novia puertas afuera, ya no dibuja y lee la mayor parte del tiempo. Fue una lección que le dejó la pandemia, revela: “Por primera vez en mi vida, ya no me importa no hacer nada”.

Por Pedro Bahamondes Chaud, desde Buenos Aires

Patricio Contreras (1947) amaneció con un tirón en la espalda que lo tiene con el humor trastocado y caminando a un octavo de paso. Por poco cancela esta entrevista, dice del otro lado de la reja, con un manojo de llaves entre las manos. Afortunadamente, consiguió una cita con su kinesióloga dentro de una hora. Advierte que el encuentro será más breve de lo pactado y una buena excusa para la espera, mientras el analgésico hace efecto. Un sorbo de Coca–Cola y la pastilla que resbala por su mano izquierda se va hasta el fondo de su estómago. 

“Estoy listo. Nunca he dado una entrevista en estas condiciones. Por favor, haz algo bueno con esto”, pide el actor con ese característico tono suyo al borde de la sátira, y medio en broma, medio en serio. 

Patricio Contreras está sentado en el acogedor living de su departamento, en el primer piso de uno de los bellísimos edificios estilo parisino del barrio Recoleta de Buenos Aires. Vive ahí hace 24 años, un tercio de su vida –cuenta–, aunque apenas la mitad de lo que lleva radicado en la capital argentina. Tenía 25 y daba aún sus primeros pasos en la actuación cuando aprovechó de escabullirse durante una gira de la obra Tres noches de un sábado junto al grupo Ictus, en 1975. Decidió quedarse y nunca más volvió a vivir en Chile. 

La Junta Militar había congelado las transmisiones del exitoso programa La manivela, en Televisión Nacional, y los integrantes de la misma compañía –de la que también formaban parte Jaime Celedón, Nissim Sharim, Delfina Guzmán, María Elena Duvauchelle y otros– no siguieron trabajando en televisión y retornaron a su sala en el barrio Lastarria. Huyendo del régimen militar en Chile, Contreras se encontró con las revueltas en la ciudad de la furia y la dictadura de Videla a la vuelta de la esquina. 

“Me vine con una maleta y me fui quedando, quedando. No fue fácil, pero he sido un tipo con suerte (dice mirando a su alrededor). Este departamento lo compré mucho tiempo después, cuando me separé, en el 2001. Con mi exmujer –la actriz y directora argentina Leonor Manso– decidimos vivir cerca del Conservatorio Nacional de Teatro, donde empezaba a estudiar nuestra hija –Paloma, también actriz– y terminamos viviendo a una cuadra. Hoy tengo otra pareja, pero a ocho cuadras de aquí. Es lo mejor. Ya aprendí”, ironiza el intérprete.

En el estrecho pasillo que cruza su departamento, hay un baño de visitas al que, curiosamente, muy pocos tienen acceso. 

El actor camina hasta allí con la ayuda de su reluciente bastón, abre la puerta y deja a la vista una verdadera galería de las estatuillas y distinciones que ha recibido a lo largo de su trayectoria. Ahí están el Cóndor de Plata por La historia oficial (1984), la primera cinta argentina ganadora del Oscar a Mejor Película Internacional; la Estrella de Mar por su actuación en Muerte accidental de un anarquista (1985), de Darío Fo, una de sus actuaciones en tablas más recordadas, y el Martín Fierro por su entrañable rol de un vendedor ambulante chileno en la serie Buscavidas (1984). 

A pesar de que ha hecho la mayor parte de su carrera en el país vecino, donde es reconocido como una figura del cine, el teatro y la televisión, por curioso y absurdo que parezca, no muchos en Argentina saben que Patricio Contreras es chileno. 

“Las extremas derechas están poniendo en peligro a las derechas”, plantea Patricio Contreras.

“Soy un actor argentino nacido en Chile”, ha dicho él mismo durante años, alimentando juguetonamente el despiste, aunque la frase está lejos de ser solo un juego de palabras.  

“He estado pensando en que tal vez he estado diciendo una burrada durante años, pero no, lo confirmo: soy un actor argentino, me venden como tal, aparezco en los créditos y he ganado varios premios en cine y en teatro. Además, nadie aclara que soy chileno”, bromea ahora. 

¿Y usted, lo aclara?

—Tal vez no tanto (ríe). 

Va a cumplir 50 años viviendo en este país. ¿Se siente tal vez más argentino? 

—Hay una parte mía que inevitablemente es porteña. Me asumí como tal hace pocos años, me costó, pero la verdad es que yo siento como porteño, puteo como porteño y me gustan los porteños. Me gusta pertenecer a esta tribu porteña. 

¿Hace la distinción entre porteño y argentino porque nunca se nacionalizó?

—Claro, nunca lo hice. Debe haber algo irracional en eso, ¿no? 

—Es distinto ser porteño a ser argentino.

—Es cierto. Además, después de todo, son solo papeles. De todos modos, no me permitiría cambiar de nacionalidad. Me siento profundamente chileno, principalmente porque es donde aprendí a hablar y a escuchar. Hace muy poco descubrí o recordé, tal vez, que fue también en Chile donde elegí que iba a ser actor. Y un actor de teatro, además. La televisión y el cine vinieron como añadidura, como una yapa, pero quería ser actor de tablas cuando elegí estudiar teatro. Quería estar en un escenario, diciendo esas palabras. Y lo hice, lo conseguí. Solo por eso, ya me siento bastante satisfecho. 

Por ley, Patricio Contreras no puede votar en las elecciones presidenciales en Argentina, solo en las municipales. Su opinión del actual gobierno no se expresa en las urnas, sí en esta conversación.

¿Cómo se explica usted la elección de Javier Milei en Argentina?

—Los jóvenes venían siendo oficialistas acá desde siempre, pero ahora, que ya se pinchó el peronismo, por naturaleza tienden a ser opositores. No los justifico, porque seguramente no entienden ni se imaginan a dónde nos llevan con su fascismo, pero aun cuando no lo comparto, entiendo lo que les pasa a ellos con Milei. La clase política no ha estado a la altura de las cosas y el trauma de la inestabilidad es profundo. 

¿Qué impresión tiene usted del Presidente Milei?

—Creo que él, como performer, vino a experimentar hasta dónde son capaces de aguantar que les metan el dedo en el culo a los políticos. Es un cerdito furioso, va mucho más allá. Milei está probando que la democracia que tenemos acá no es tal. Puede venir un payaso a hacer lo que se le antoja y las instituciones republicanas que querían defender el sistema no dicen nada.

Y según usted, ¿por qué no lo hacen?

—Por complicidad, porque les conviene usarlo, por admiración, por lo que sea. Ellos están poniendo en evidencia la debilidad del sistema, la falta de convicción de la clase política y de la dirigencia en general. Creo que se va a tener que auto examinar muy bien la sociedad argentina después de que este huracán pase. Da para años de discusión cómo eligieron a un payaso como este. 

Bolsonaro por lo menos tenía el look de los dictadores históricos, muy bestial e ignorante también. Pero este otro habla con los perros, se cree el Mesías, se compara con Moisés y tiene sus propias tablas de la ley. Su círculo también es de temer y mucho peor que él. La hermanita que tiene, y ese ministro de Economía, el Toto Caputo, un pillo.

¿A qué atribuye el resurgimiento del populismo? 

—A que ya no existen la derecha ni la izquierda. Las extremas derechas están poniendo en peligro a las derechas, y ya no sé si alegrarme o asustarme (ríe). (Evelyn) Matthei ha tomado distancia de (José Antonio) Kast, por ejemplo, y en Francia, Macron está combatiendo abiertamente a la ultraderecha que ganó terreno. Entre vampiros también se muerden a veces.  

Patricio Contreras junto a Gloria Laso en la premiada cinta “La frontera” (1991).

Patricio Contreras: “Un chileno gracioso es insuperable”

Una de las primeras obras que Patricio Contreras vio en su vida fue El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht, en el Teatro Antonio Varas, en 1963. Tenía 16 años. El montaje fue dirigido por el uruguayo Atahualpa del Cioppo y asistido por Víctor Jara. La emoción que experimentó fue irrepetible, sostiene ahora.

“Yo no conocí a Víctor. Lo vi en el escenario, sí, y también varias de sus obras. Me acuerdo de La maña, en el Ictus, grupo al que me uní en los inicios de mi carrera, en 1969. La última vez que lo vi fue en la calle, en Huérfanos con San Antonio. Recuerdo perfectamente que iba con su poncho negro puesto. Era un gran director Víctor”, recuerda Contreras.  

“En mi carrera pronuncié textos de grandes autores, a veces bien, a veces no tanto, y me doy cuenta y valoro más que nunca el hecho de que esa lección, ese gusto por las palabras, por la poesía, es una cuestión que sepa Dios de dónde vino, pero a mí se me manifestó en Chile. Entonces, aún me resuenan las voces de Roberto Parada, de Mario Lorca, de María Cánepa, de Bélgica Castro, de Alejandro Sieveking y de tantos otros maestros del teatro”. 

A este último –el ya fallecido dramaturgo de La remolienda y Premio Nacional– se lo topó de joven afuera del departamento que el matrimonio de Gatos viejos compartía frente al cerro Santa Lucía. “Le dije que quería ser actor y él me invitó a la casa un rato, conversamos y salí deslumbrado de ahí. Me llamó la atención la complejidad de su pensamiento. Me resultaba atractivo no entender totalmente todo lo que él decía y me di cuenta que había estado por primera vez ante un intelectual”, cuenta Contreras.

En seis décadas dedicadas a la actuación, el intérprete ha trabajado también en producciones internacionales, como Gringo viejo (1989) de Luis Puenzo, donde compartió pantalla con Gregory Peck y Jane Fonda, y con la llegada de la democracia debutó en el cine chileno con la multipremiada La Frontera (1991). Contreras protagoniza también una de las escenas más graciosas y viralizadas de la película Sexo con amor (2003), de Boric Quercia, en la que su personaje reza un rosario de garabatos frente al volante. 

En su último paso por Chile, el estallido social lo encontró en plena grabación de la serie Los Carcamales (2020). Fue un baño de realidad que Patricio Contreras no se esperaba y que desdibujó aún más la fotografía del país que dejó hace 50 años. Desde entonces, su relación con Chile es “rara”, dice. Usa ese término intentando definir lo que hasta ahora no ha podido. Se ha vuelto un país cada vez más ajeno para él, indudablemente, pero aún logra conectar, sobre todo a través del humor. 

“Es raro, insisto. No sé, tendría que pensarlo mucho. ¿Cómo se puede definir mi vínculo con Chile? Creo que, como todas las cosas que uno conoce de joven, desde niño, como en mi caso, ya no caes en la idealización de lo que uno ve en la televisión o en la prensa y los medios en general. De repente, uno mira todo estando ahí, in situ, y descubre otras cosas”, dice Contreras. 

En 2020 se estrenó en TV abierta la serie “Los carcamales”, con Patricio Contreras.

“Me vine de Chile a los 25 años, por lo tanto mi vida adulta allá fue muy breve. Conozco muy poco Santiago. Me muevo bastante por la parte vieja. Nací en la calle San Diego, cerca de avenida Matta, esos fueron mis dominios desde joven. Mi familia era el típico cuadro de clase media y trabajadora de Chile: mamá dueña de casa, papá proveedor, un hermano mayor y otro hijo más chico y revoltoso. Ese era yo. Hoy, Santiago es una ciudad desconocida para mí, en realidad. Y además, ha cambiado tanto, ¿no?”.

¿Qué recuerdo tiene del estallido social? Usted estaba de paso por Santiago en esos días. 

—Tuvimos que parar las grabaciones por diez días debido a las manifestaciones. Grabábamos mucho en exteriores, entonces había que tener mucho cuidado con las cámaras y equipos, porque se podían confundir con algún movimiento organizado o lo que fuera. Había mucha paranoia en esos días, pero el peligro era real. No me lo contaron. Vi lo feroz que es la violencia, la ignorancia, la bestialidad. 

Fue decepcionante ver todo eso durante el estallido social. Me pareció que había un legítimo rencor de las clases postergadas y que no sabían que estaban en contra del poder. Querían echar abajo el gobierno y casi lo consiguen. Hubiera sido interesante ver en qué derivaba todo eso, porque terminó de una manera tan fome, dos Constituciones rechazadas. Como decía Nicanor Parra: el chileno es una mezcla de ángel y demonio.

¿Le recordó el estallido al Chile de otros años?

—La ferocidad de esa protesta yo no la vi antes. Pienso en la valentía de la primera línea. ¿Habrá votado después toda esa gente? Tengo la impresión de que no, de que no se armaron después una opinión propia. Se asustaron todos con la primera propuesta constitucional. Me impresionó cuando leí “Chile, país plurinacional”. Guau, dije, pero qué imposible. No quieren asumir que somos indios los chilenos.

Otra de sus visitas al país, a comienzos de 2018, coincidió precisamente con la muerte del antipoeta. Patricio Contreras había estrenado años antes un espectáculo teatral con textos de Nicanor Parra y es un fan confeso de su obra desde que era joven. Un antiguo ejemplar de Obra gruesa, que le obsequió Julio Jung, lo acompaña desde que se radicó en Argentina, y pudo reunirse con el Premio Cervantes en contadas ocasiones. La última, dice Contreras, fue para su velorio en la Catedral de Santiago, que tampoco conocía. 

“Nunca antes había estado ahí. Había llegado el día anterior a Santiago, casualmente. Venía invitado a los Premios Caleuche, paré en la casa de Pato Fernández y al día siguiente de supo de su muerte. Fui a despedirlo y le pedí permiso a la familia para recitarle un texto. Recité ‘El Anti–lázaro’, uno de sus textos más conocidos y especiales para mí también. Nicanor Parra fue uno de nuestros grandes sabios”, asegura. 

¿Qué es lo que más conserva usted de la identidad chilena?

—El humor chileno es algo que me hace reír como pocas cosas. Un chileno gracioso es insuperable. Un chiste, un tipo con gracia, un tipo con ocurrencia. Tardó, pero ya me han empezado a hacer reír también los argentinos. El humor es una conexión irracional y que a la vez retrata a una sociedad mentalmente. Cómo piensa, de qué se ríe. Extraño el humor de allá. 

Patricio Contreras en el espectáculo sobre Nicanor Parra, que en Chile se presentó en el GAM.

¿Y qué es lo que más le desagrada de Chile?

—Lo que más me choca es lo amalditado del país. Chile está lleno de un rencor legítimo de la gente postergada. Y con razón, ¿no? Con lo que pasó con la dictadura, la transición pactada y esos 30 años de pasarse la bomba entre algunos sectores. Mucha gente puso el cuerpo y es la misma que hoy se siente mucho más un cliente y un tributador que un ciudadano. 

¿A qué se refiere con lo “amalditado” del país?

—Me refiero a que el chileno es poco comprometido y choro desde el anonimato. Acá la gente enfrenta a otros con sus ideas, se demora en irse a las manos, pero el chileno la tira sin dar la cara, y además se cree bueno para los combos. Hay algo picaresco en eso, pero también cobardía y una inconsistencia que a mí no me gusta o no comparto. Hay formas y formas de expresarse.

Y usted, ¿es rencoroso?

—Qué gracioso. Yo repetí varios años en el colegio y los hice en un 2×1. Repetí Primero de Humanidades, Segundo y Tercero. No me interesaba nada. Era como un acto de rebeldía en contra de mis padres, yo creo. El rector del colegio donde yo estudiaba era el profesor de Castellano mío y nos odiaba a mi hermano y a mí. Sabía la calidad de estudiante que yo era. Él se llamaba Luis Aguilera, y posteriormente fue subsecretario de Educación del gobierno de Patricio Aylwin. Él, finalmente, me echó del colegio y me negó la matrícula, y me lo volví a topar para el estreno de La frontera (1991). Tenía pensado decirle alguna pesadez, pero después me dio mucho gusto verlo y yo hubiera quedado como un tipo rencoroso. Las vueltas de la vida. 

¿Sigue votando en Chile?

—Sí, antes viajaba, ahora voto desde acá. 

¿Qué mirada tiene del gobierno del Presidente Boric?

—Me cuesta armarme una opinión. Leo el diario acá y a veces pesco en las noticias internacionales lo que llega desde Chile, y por lo que he escuchado de harta gente, hay mucha decepción. Creo que lo que le falta probablemente es la experiencia de gestión, a él y a todo su equipo. Lo encuentro muy joven, admirable, inteligente y soñador, como buen joven, pero si no se tiene una experiencia sólida, es difícil ponerse al frente de todo un país, con toda la complejidad que tiene cualquier sociedad hoy de postergaciones de ciertos tramos sociales.

Ha habido más soberbia que experiencia, y es lógico, la necesita también para sobrellevar las internas, que son el veneno de las coaliciones cuando son gobierno. Cuando les toca, aparecen cosas discutibles, feas, y su gobierno no ha estado exento de todo eso.

Hoy, muchos políticos actúan como artistas. Los gobernantes ahora tienen que bailar, empezaron con los cambios de dientes, los implantes capilares. Quieren ser estrellas, o parecerlo. Aquí, Carlos Saúl era un payaso que parecía astronauta con los trajes de alpaca y hasta se puso un traje amarillo para tomarse una foto con los Rolling Stones. La política se ha espectacularizado. Parece ser que la televisión sigue siendo la matriz por donde se piensa todo. Yo pensé y tenía la ilusión de que Gran Hermano se había ido a la mierda, pero volvió y con más fuerza como una manera de modelar a la sociedad con valores y falsos dilemas con total ausencia de discurso. Es todo vacío y una pelotudez. 

“Por primera vez ya no me importa hacer nada”, dice Patricio Contreras.

“Me parece de mala educación cumplir más de 90 años”

Antes de decidir ser actor, Patricio Contreras quería convertirse en artista. Dibujar era lo único que sabía y quería hacer hasta la adolescencia. E incluso después, cuando ya había descubierto el teatro y hasta bien avanzada su carrera, solía bocetear a cada uno de sus personajes. Ya no lo hace. No tengo tiempo y estoy corto de vista como para dibujar. Leo, más que nada”, cuenta. 

“La pandemia cambió todo para mí. Por primera vez en mi vida, ya no me importa no hacer nada. Y no me siento culpable. Fue como si me hubieran dado permiso para quedarme encerrado en la casa, tirado, leyendo y escuchando música sin culpa. Al contrario: con plena seguridad de que no estaba contaminando a la especie con algún microbio”.

Contra todo pronóstico y voluntad, dice siempre entre risas, el actor ha retomado el trabajo: se está preparando para volver este mismo año a las tablas, en un proyecto del que no puede decir ni pío, y en enero próximo pasará unos días en Viña del Mar para el rodaje de una nueva película en Chile. Se llama Morir de a poco, está dirigida por Patricio Loutit y actuará junto a Paulina García y Francisca Gavilán. 

El filme cuenta la historia de un veterano exprofesor universitario (Contreras) que toma un taller de percusión corporal que sacude su vida y lo ayuda a enfrentar la enfermedad de su mujer. 

¿A qué se aferra un hombre como usted cuando empieza a envejecer?

—A las plantas. A los bebés. No me dedico a ni uno, solo los miro con fascinación a cada uno en su propio misterio. Así como de repente veo a los ñatos durmiendo en la calle, aquí en Buenos Aires. Me los imagino de niños, de bebés, sus padres, los abuelos, saliendo de la tina enjabonados, la mamá poniéndolos en toallas, yendo a Mar del Plata, a Punta del Este a veranear, y de repente terminan en la calle. 

Ser un casi octogenario se ha vuelto tedioso, dice Contreras: se le vino encima la tediosa fase de los chequeos constantes, las revisiones a la próstata y otros “gajes de la vejez”. 

“Están todos los colegas en la misma. Esta rutina te hincha las pelotas ya; y ahora se va a poner peor con la medicina paga, la prepaga, la obra social. Yo estoy en la obra social de actor, que es cada vez es más burocrática. Necesitás autorización tras autorización para todo. Entonces, de repente me veo en varios trámites para conseguir que se autorice una receta, un examen, un estudio. Cosas de viejo. Bueno, de algo hay que morirse”. 

¿Le gustaría vivir muchos años más?

—¡Estás loco! No, no. Me parece de mala educación cumplir más de 90 años. Salvo que seas un viejo loco como Parra, pero igual me parecería una molestia y un total desperdicio de tiempo.

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