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Opinión

28 de Junio de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | El éxito de “Intensamente 2” y el estreno de “Mi villano favorito 4”: ¿Volvimos al cine?

Cristián Briones escribe en su columna de hoy sobre el cine y los vaivenes de la taquilla, tras las dos millones de personas que fueron a ver "Intensamente 2" en sus primeras dos semanas de exhibición en Chile y coronándose como la que más dinero ha recaudado en el mundo en 2024. Un hito al que se podría sumar la cuarta parte de "Mi villano favorito", estrenada este jueves. "La pantalla en nuestro hogar se parece cada vez más a una de cine. Y no, no me refiero al tamaño o la calidad de la imagen, sino a lo que podemos ver en ella. Hollywood cada vez parece más TV, con capítulos serializados que terminan conectando a un universo que necesitará de cuatro partes más para completar su narración, y la TV cada vez más aspira a ser cine, con códigos audiovisuales y narrativos que buscan concretar en cada episodio de manera de no depender de que su audiencia se pueda desconectar", señala "Fílmico".

Por Cristián Briones

Hace un par de semanas, “el cine” se había terminado, las butacas estaban vacías y no había vuelta atrás. Las páginas especializadas se llenaban de caracteres tratando de explicar el fenómeno de las salas con 10 personas. Directores y ejecutivos daban entrevistas aseverando que había que entender que ir al cine a buscar una experiencia única, ya era una costumbre obsoleta y que se debían buscar nuevas alternativas para preservar la industria.

Que la gente ya tenía internalizado el hábito de ver las películas en sus casas, y se instalaba la conclusión de que no importaba el producto que la empresa hollywoodense lanzara al mercado, estaba condenado al fracaso, o cuando mucho, a un éxito relativo que terminaría sobre-analizado en su impacto (Bad boys 4 no lleva ni 300 millones de dólares y fue considerada la gran salvación).

Mientras que el desempeño de obras como Furiosa no resistían mayor debate, más allá del hecho de que George Miller sabe de estos tropiezos y poco se le puede responsabilizar a un estudio que financió y promocionó como si fuera el evento del año. No importaba si la película fuera una obra contundente, la gente simplemente ya no va al cine.

Hasta esta semana, en donde, aparentemente, todo el mundo sí fue al cine. Y a ver una sola película. ‘Intensamente 2’ se convierte en una de las más taquilleras de la historia de nuestro país, y en tan solo 10 días, en la que más dinero ha recaudado en el mundo este año.

Si a esto le sumamos que este jueves se estrenó Mi villano favorito 4, que puede perfectamente convertirse en un fenómeno compartido en donde las audiencias optan por tan solo uno de dos títulos, pero aun así en masa, (el ansiado e inexplicable “Barbenheimer”) y luego llegará Deadpool y Wolverine, que viene generando expectativas que ya tienen preventas activas y números demasiado prometedores.

O no. Y esta sería la última película a la que las audiencias irían en masa. Porque esto es algo que todo aquel que le dedique algo de tiempo a tomarle el pulso al estado de la situación en la industria del cine tiene que asumir desde ya: no lo sabemos. Está todo tan maleable, tan voluble, las formas de consumo han cambiado tanto, y en tan poco tiempo, que cualquier tipo de predicción puede perder sustento en un fin de semana.

“El cine” puede morir este sábado y resucitar en gloria y majestad el próximo domingo. Y pongo esas comillas para remarcar el punto sobre que esto poco y nada tiene que ver con las películas, su origen, su forma, el arte en sí mismo que las hace apreciables, sus autores, ni nada por el estilo. Pero que, sin embargo, no se puede seguir pensando que esas cosas existen en mundos paralelos. Van interconectadas, nos guste o no. El aparente derrumbe en ciertas piezas de la industria no quiere decir que nos vayamos a quedar sin obras para contemplar en una pantalla. La pregunta quizás sí puede ser “¿Dónde vamos a verlas?”.

Intentaré abordar esto por partes, y les pido perdón por las divagaciones cuando ocurran.

Lo primero son las nuevas formas de consumo que se entrelazan con las obras/productos que hoy se generan para ello. Una muy buena teoría habla del valor intrínseco de la experiencia del cine. Que seamos honestos, cada vez vale menos.

Por un lado, está el comportamiento del público: conversaciones a viva voz, comidas con menú muy lejano a las clásicas “cabritas”, y por sobre todo, celulares con brillo nivel linterna. Asumamos que no es grato tener que lidiar con todo eso en una sala. Y si bien es cierto que la falta de modales y convivencia cívica básica no es exclusiva de las butacas, se ha sumado al cambio de comportamiento en la asistencia a los cines provocado por la pandemia (y en nuestro caso, agregado el estallido social, que nos tuvo momentáneamente con otras prioridades).

Simplemente no queremos pasar por ello cuando, por casi tres años nos acostumbramos a que en nuestro hogar podríamos hacer lo mismo, pero sin ese precio, y sin extraños a nuestro alrededor a quienes no podemos ni pedirles por favor que se dejen de grabar la pantalla para subir historias a Instagram o mandar audios por WhatsApp.

Y luego está el hecho de que la pantalla en nuestro hogar se parece cada vez más a una de cine. Y no, no me refiero al tamaño o la calidad de la imagen, sino a lo que podemos ver en ella. Hollywood cada vez parece más TV, con capítulos serializados que terminan conectando a un universo que necesitará de cuatro partes más para completar su narración, y la TV cada vez más aspira a ser cine, con códigos audiovisuales y narrativos que buscan concretar en cada episodio de manera de no depender de que su audiencia se pueda desconectar.

Y que, si lo hace, quiera volver por un enganche que no necesariamente dependa de un “en el próximo episodio”. Y seguir pagando la suscripción. Porque, además, está la oferta de streamings. Unos que se especializan en series, y los de nicho, como MUBI, que por mucho que también coquetean con la exhibición en salas especializadas, están cubriendo un espacio que cada vez tiene menos dónde alzar su mano en participación: el cine de autor.

Lo que nos lleva de vuelta a la oferta cinematográfica. El “qué” es exactamente lo que la audiencia quiere, se ha convertido en un misterio, pero eso no significa que no se intente tocar melodías conocidas en aras de toparse con él. Y esto va más allá de las franquicias en donde una misma fórmula triunfa una vez y falla tres.

También habla de autores otrora exitosos que se estrujan en las formas de mantenerse en el pináculo. Nolan y Villeneuve sumaron casi 1.700 millones de dólares con sus películas Oppenheimer y Duna Parte 2, pero nada asegura que sus próximos esfuerzos tengan la misma paga.

Foto: AgenciaUno

Spielberg ha tenido dos fracasos rotundos de taquilla con dos obras mayores consecutivas, Amor sin barreras y Los Fabelmans. Francis Ford Coppola y Kevin Costner (que dejó la serie más exitosa de la TV para volver a cabalgar en la pantalla grande) comprometen sus patrimonios personales para financiar sus películas este mismo 2024. Ridley Scott, Martin Scorsese, David Fincher y un nada corto etc., han sido visados por servicios de streamings para sus últimas obras y probablemente lo sigan haciendo.

Y luego está el cine independiente norteamericano, europeo y asiático. Ese que pone todas sus fichas en los festivales y los premios en ellos. Que apuestan a ser comprados por alguna compañía que los lleve a recorrer el mundo y ser apreciados con su propia voz. El camino más largo y difícil, pero que ha logrado ir afianzando su posición en un mercado extremadamente de nicho.

A24 ha conseguido instalarse como una productora con nombre, apellido y Oscars a su haber, y tener este año una de las películas más significativas del último tiempo (Guerra Civil). Y la sorprendente Neon, que este año se coronó con su quinta Palma de Oro sucesiva en Cannes.

Probablemente la carrera de la temporada de premios vaya a encontrar candidatas en sus filas, y eso se concretará en el tiempo en algunas pequeñas salas con audiencias fidelizadas, y cerrar en streamings que le significarán nueva vida en el debate cinéfilo.

Pero nada de esto implica combustible para las multisalas que han visto merma en los boletos vendidos, y en el caso de los EE.UU., la quiebra y el cierre de aquellos que no logran aguantar con reestrenos o la exhibición de conciertos ahora pensados en ser una experiencia colectiva en una sala. El mercado se ha ido segmentando en demasiados niveles, y prácticamente todos ellos antagonizan contra la experiencia de ir a una sala de cine.

Porque este es un componente que hemos ido dejando fuera: ver una película en el cine tiene un cariz distinto. Su propio tipo de impacto. O, mejor dicho, lo tenía. No es solo que la obras tengan menos peso, somos nosotros. Nos acostumbramos a no ceder el control. Ni el remoto en nuestras casas, ni el narrativo a lo que está en la pantalla. Dos horas (o algo más) de nuestra atención era lo que le entregábamos a un autor en el cine. Era nuestro contrato con el relator de la historia.

Hoy no tenemos por qué hacerlo. Ni tenemos la intención de ello. Podemos pasar el dedo por la pantalla en segundos y buscar nuevas formas de entretención. Y voy a recalcar “entretención”, porque cada vez está más claro que la forma de arte intrínseca del cine no está en la mesa de la conversación. A muchos nos gustaría que sí, pero tenemos que dejar de engañarnos. La cinefilia está muerta. El cine es parte de una industria del entretenimiento, y esa hoy tiene todo puesto en la palma de nuestra mano.

Cine, TV, videojuegos, apps para buscar pareja, calificar restaurantes, compras, etc. Y, sobre todo, contenido en las redes sociales a la que no tenemos que prestar más de 10 segundos de atención si no nos parece interesante en ese lapso.

¿Dos horas en donde lo único que puedo ver es lo que ha decidido plasmar un autor en la pantalla gigante? No hay por dónde el mejor de los directores pueda competir con los reels o TikTok. Estamos en un momento como sociedad en dónde solo anhelamos contenido que nos evada. Estamos totalmente desesperados por ello. En cierto sentido, no es de extrañar que una película cuya protagonista es la ansiedad, sea la que lleve gente al cine en estos días.

¿Hay alternativas a esta mirada totalmente catastrófica sobre este arte que amamos? Lo primero es decir que en pocas oportunidades se puede pasar de la certeza a la inexactitud con tanta facilidad. Y la segunda, y acá usaré este pie como excusa, es que incluso en estas condiciones, Hollywood sigue generando pequeñas obras llenas de contradicciones, que consiguen su espacio, como Cómplices del engaño, de Richard Linklater.

Estrenada en Venecia en septiembre pasado, con posterior exhibición en salas y prácticamente en paralelo con Netflix (todo esto en EEUU, su derrotero por estas latitudes hoy solo está limitada a cines), coescrita con su protagonista, una estrella en ascenso que viene de actuar en Top Gun Maverick y Cualquiera menos tú (Glenn Powell), es una obra menor de Linklater, pero sigue teniendo demasiadas peculiaridades para ignorarla.

Empezando por Adria Arjona, en el rol de una femme fatale inescrutable, que nunca termina por cuadrar, en el mejor sentido posible, en una película que camina por la biografía, la comedia romántica, el noir, el policial y haciéndose intrincada en sus decisiones, pero simple en su relato, enigmática en todo momento, y en donde la química de sus protagonistas perfectamente podría haber sostenido la trama completa, pero no necesita hacerlo porque aquella es tanto o más atractiva.

Básicamente, una de esas películas que uno no tiene muy claro cómo llegaron a existir. Pero ahí está. Costó 10 millones de dólares, Netflix la compró por 20, con el trato de esa pequeña ventana de exhibición internacional.

¿Es este el camino? ¿Tener la fortuna de que una película resulte lo suficientemente llamativa para que los sobresaturados servicios de streamings decidan alimentar la industria adquiriéndola? ¿Ver si somos los benditos que podremos verla en cine? ¿O mantenemos la validez de verla en nuestra casa en dónde podemos prestar atención a otras 10 cosas a la vez? ¿O el cine está condenado solamente a ir de un evento franquiciado a otro, entregando esa zona de comodidad evasiva que tanto parecemos perseguir?

Lo cierto es que no lo sabemos. Puede que en el tiempo que este texto sea publicado, nos hayan llovido buenas noticias, las cuentas de TikTok estén impulsando la revisión de material clásico y enviando gente al cine a ser respetuosos con el resto de la audiencia y todo vaya a mejor. Es incierto, pero no por ello vamos a caer en la desesperación.

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