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Opinión

28 de Junio de 2024

Columna de música de Felipe Rodríguez: Cris MJ no es profeta en su tierra

El columnista de The Clinic, Felipe Rodríguez, escribe sobre el arrollador éxito de Cris MJ, que con más de 48 millones de oyentes mensuales en Spotify acaba de sobrepasar en popularidad digital a Karol G, un hito apenas advertido en Chile. "Sus canciones, dicen los puristas, no expresan música. Su capacidad pop, aseguran los que saben, responde a la ignorancia de las nuevas generaciones. No importa que su single 'Gata Only' estuviera más de dos meses en el número 1 en la lista de los Hot Latin Songs de Billboard", escribe. Y añade: "En menos de 45 días, entre junio y agosto próximo, hará dieciséis shows en Europa. En España, Italia, Alemania e Inglaterra. Lo que ha logrado, aunque a muchos les parezca intrascendente, son palabras mayores. No hay ni hubo un artista local con sus cifras".

Por Felipe Rodríguez

Hasta el miércoles de esta semana, Christopher Andrés Álvarez alias Cris MJ, serenense de 22 años, era el trigésimo sexto artista más escuchado en Spotify a nivel mundial, con más de 48 millones de oyentes mensuales, superando a figuras más rimbombantes como, por ejemplo, Karol G y Bizarrap.

En circunstancias normales, esos números brutales de popularidad deberían tener un correlato informativo diario como el que tuvieron Iván Zamorano durante su época de goleador en el Real Madrid o los días de gloria de Alexis Sánchez y Arturo Vidal en Arsenal y Juventus, respectivamente.

Pero Cris MJ no es futbolista. Y de su labor musical poco se reseña. Casi nada. Solo alcanzó protagonismo cuando fue detenido por portar marihuana y altas dosis de jarabe en su Lamborghini de 300 millones de pesos o cuando amenazó por redes sociales con una pistola falsa a un productor iquiqueño. Es decir, situaciones de drogas y violencia, dos características que están enlazadas en la cronología típica de los exponentes de la música urbana.

Su faceta artística, por cierto, es minimizada al extremo. Como sucedió con las dos figuras más reconocibles del estilo, Pablo Chill-E y Marcianeke, a los que la mayoría de las audiencias los perciben como “unos flaites drogadictos” y son permanentemente despreciados en redes sociales, Cris MJ carga con esa cruz de prejuicio y burla.

Sus canciones, dicen los puristas, no expresan música. Su capacidad pop, aseguran los que saben, responde a la ignorancia de las nuevas generaciones. No importa que su singleGata Only” estuviera más de dos meses en el número 1 en la lista de los Hot Latin Songs de Billboard –méritos que solo habían logrado La Ley y Myriam Hernández llegando al octavo y quinto puesto-. Tampoco que sus videos tengan más de cuatrocientos millones de visitas en YouTube o que la misma “Gata Only” se acerque a los ochocientos millones de reproducciones en Spotify.

Para sus detractores, Cris MJ –y todo el escuadrón de músicos urbanos- es portador de melodías vacías, de basura encapsulada en forma de canción y que no merece existir ni expresarse porque en él radican todos los vicios de una sociedad que, bajo ese tipo de manifestaciones, camina directo al abismo.

Lejano a esas toneladas de odio de los cibernautas, la marcha triunfal del artista serenense no tiene parangón en la música chilena. La Huambaly, la mejor orquesta de la historia de este país, se desgranó tras su primera y única gira europea a fines de los 50 –varios se quedaron trabajando en ese continente porque les ofrecieron más dinero y estabilidad laboral- y, al volver, la regeneración del grupo no tuvo el mismo impacto y pronto se dispersó en proyectos personales.

Lucho Gatica, el más trascendente de los solistas locales en el mundo, jamás pegó en mercados como Alemania, Suiza o Inglaterra. Y estrellas como Los Prisioneros, Myriam Hernández, La Ley, Los Ángeles Negros, Los Bunkers, Mon Laferte y Los Tres, en distintas épocas y estilos, tampoco traspasaron continentes, pese a su popularidad regional.

Desde su impetuoso ascenso con “Una noche en Medellín”, hace poco más de dos años, la carrera de Cris MJ ha sido tan vertiginosa como explosiva. Con sus canciones como su mayor -y mejor- promoción, su trayectoria tiene el comportamiento de esta época: una más que relativa prescindencia de la repercusión que genera el periodismo.

Contacto diario y personalizado con sus seguidores a través de sus redes sociales, un trabajo duro y persistente que lo ha llevado a grabar dos álbumes y decenas de singles en los últimos dos años –cuando la mayoría de los artistas graba, por lo general, cada tres o cuatro años con sus consiguientes giras- y un detalle no menor y pasado por alto en su discografía: su adhesión por las canciones románticas.

Al chequear datos en Internet, hay –buenas- sorpresas. En menos de 45 días, entre junio y agosto próximo, hará dieciséis shows en Europa. En España, Italia, Alemania e Inglaterra. Hace unos meses, hizo espectáculos a tablero vuelto en Francia, Suiza y México y llenó el Movistar Arena. En tierra azteca, el mayor mercado musical de la región, cuenta con un fan club con más de 72.000 personas. 

Más allá de que las personas sigan o menosprecien a Cris MJ, su ética laboral es altísima. Sobre todo, entendiendo que hace apenas tres años hacía presentaciones en La Serena y, ahora, cuenta con una presión durísima para una persona de 22 años.

Tener éxitos como “Gata Only” o “Una Noche en Medellín”, que juntas suman más de mil seiscientos millones de reproducciones en Spotify, requiere un esfuerzo por renovarse y no repetirse. Por demostrar que puede seguir sorprendiendo y abriéndose a nuevos auditorios. Lo que ha logrado, aunque a muchos les parezca intrascendente, son palabras mayores. No hay ni hubo un artista local con sus cifras.

Chile no es un país que tenga una industria musical profesionalizada. Es más, casi siempre actúa por instinto. Apariciones providenciales como la de Cris MJ apuntan a la convicción que con talento y, especialmente, mucho trabajo, se pueden alcanzar alturas insospechadas. En ese ítem, cuenta con un ejemplo de su misma zona: Gabriela Mistral. Otra que no fue profeta en su tierra y que, como él, era subvalorada en términos masivos en Chile solo por ser distinta.

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